martes, 28 de febrero de 2012

"MI CAMA" (retrospectiva)

Cierta mañana del pasado verano me desperté con un incómodo dolor: un muelle del colchón de mi cama se soltó y acabó clavándose en mi pobre espalda.
¿Qué solución de emergencia adopté? Pues la más sencilla de todas: darle la vuelta.

Y así se mantuvo operativo durante seis meses... hasta el día en que otro envidioso muelle decidió romper hacia la superficie encontrándose nuevamente (a modo de fin de trayecto) con mi espina dorsal.

Según los expertos en la materia, se recomienda cambiar de colchón (aproximadamente) cada diez años... y el mío llevaba soportándome (sin apenas tregua) durante veinte.
En dos palabras: ya tocaba.

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En la víspera de recibir el nuevo colchón, durante mi última noche de "incomodidad" (no fue tanta, logré adoptar una buena postura esquivando la punta del iceberg), en vez de contar ovejitas concilié el sueño recapitulando (de memoria) experiencias acaecidas sobre tan añeja superficie.


Teniendo en cuenta que la primera vez que dormí sobre él era un crío (y virgen), pues mis primeros recuerdos tienen más que ver con los libros que leía (hasta caer rendido) o los programas de radio que escuchaba (a escondidas) después de apagar la luz de la mesita de noche.

Una vez perdida la inocencia, los recuerdos se envilecen y mezclan sin orden ni concierto:
Masturbarme fantaseando con un sexo idealizado e inalcanzable...
Los sucios efectos secundarios de las primeras (y últimas) borracheras...
Noches en vela por culpa del insomnio galopante que padecí durante varios años...
La primera chica que metí en mi cuarto con perversas intenciones, que tras echar un vistazo a su alrededor se sentó en la cama y al poco rato salió por patas...
Saborear de madrugada entre las sábanas mis últimas adquisiciones musicales en el walkman/discman/Mp4...
Las benditas noches "en calma" previas a la existencia de los teléfonos móviles...
Desvelos pensando en chicas que no me hacían ni puñetero caso...
Las gripes, faringitis y demás fiebres...
La primera chica con la que sí llegué a acostarme en mi propia cama, y lo que me costó convencerla...
Masturbarme recreando mentalmente lo mucho o poco que conseguía sacar del sexo opuesto...
Imaginar un futuro que nunca se materializa...
Lágrimas desconsoladas tras perder (física o sentimentalmente) a algunos seres queridos...
Conversaciones de diversa índole (cariñosas, dramáticas, etílicas, eróticas) desde el móvil, tapado hasta las cejas...
Preguntarme dónde se habrá metido mi particular Carmen Sandiego...


Los celos que un par de veces, de chaval, me impedían pegar ojo...
Un par de escalofriantes episodios de parálisis del sueño...
Todas las chicas (especialmente un par de ellas) con las que hubiera querido compartirlo pero jamás pude hacerlo...
Los mensajes de madrugada, sus respuestas...
Los gemidos, sonrisas, lágrimas y carcajadas de algunas chicas que se tumbaron a mi lado...
Todos los cigarrillos, las bebidas, los condones, la mantita a cuadros que una vez me regalaron, cada uno de los pijamas y todo el sexo practicado...

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Al día siguiente trajeron el nuevo (uno mucho más alto y recio), llamé al servicio del ayuntamiento para que vinieran a recoger el viejo y lo bajé hasta el descansillo del portal.

Antes de abandonarlo pasé mis manos sobre él, dedicándole un último gesto cariñoso.
"Eres la esponja que noche tras noche ha absorbido mi buena y mala energía durante más de la mitad de mi vida... -susurré a su "oído"- No sé si te repararán y acabará usándote alguien que lo necesite... espero que en ese caso dejes dormir tranquilo al pobre destinatario y no te dé por hablar... me guardarás todos los secretos, ¿verdad?"


martes, 21 de febrero de 2012

TIERRA, TRÁGAME... (Servicio Post-Venta)

Hace poco acompañé a mis padres a un centro comercial para participar en la decisión final sobre ciertas compras.
Mi madre nos guió con paso firme a través de los pasillos hasta llegar al rincón donde aguardaba el enorme artículo que ella previamente había marcado en el catálogo con una "X", señaló la presa, nos miró... mi padre y yo asentimos con la cabeza... ¡y para casa!

Pero antes había que pasar por la sección de "Atención al Cliente" para solicitar que (debido al gran tamaño de la pieza) los empleados del lugar se ocuparan de transportarlo a casa.


Yo caminaba distraído detrás de mis padres, pensando en mis cosas en un segundo plano... eso sí, cuando llegamos al mostrador y descubrí el rostro de quien nos iba a atender, hubiera deseado estar en un (como mínimo) vigésimo séptimo plano.
Uniformada con el pantalón y polo oficiales del establecimiento estaba Silvia.

Hace unos cuantos años me dejaron sólo en casa durante las vacaciones de Semana Santa y tras una descontrolada fiesta (donde conocí a Silvia) que tuvo lugar aquel sagrado jueves en un pub irlandés del barrio, acabé convenciéndola para que me acompañara a casa.

Durante los siguientes días en que todavía dispuse a mi antojo del Castillo, las visitas de Silvia fueron tan numerosas como constantes... más allá del sexo no teníamos demasiado (por no decir nada) en común así que la relación no sobrevivió al regreso de mi familia.
Coincidiendo precisamente con la clausura de las jornadas de puertas abiertas en mi cuarto, nuestra historia (sin malos rollos) tocó a su fin.

¿O no fue así?

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La cara de odio que puso Silvia nada más verme parecía indicar otra cosa.
Quizás su mueca esté justificada... a lo mejor corté el contacto así, por las buenas, sin dar explicaciones... puede que no diera la cara durante algún tiempo dejando pasar las semanas, escurriendo el bulto sin dar señales de vida... es posible que a pesar de los años transcurridos desde aquello ella siguiera cabreada...


Permanecí en el segundo (retrocediendo sigilosamente hacia el tercer) plano, observando como mi madre entablaba conversación con Silvia, resonando en mi cabeza el tic-tac de una bomba que en cualquier momento (si la chica del pantalón y polo a juego quisiera) podría estallar...

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Mi madre empezó a explicarle el asunto de los portes y Silvia procedió a tomar nota: sacó la ficha de rigor y mirándome (de vez en cuando) de refilón empezó a preguntar por los datos requeridos... cuando le llegó el turno de solicitar la dirección apretó los dientes y golpeó nerviosa la mesita con el bolígrafo.

La santa que me parió, para más inri, no se limitó a soltar el nombre de la calle, portal y piso... ¡no!... dedicó un par de interminables minutos a describir el lugar concreto donde se sitúa la puerta del edificio, que hay que cruzar las jardineras del patio, que la cuarta puerta no es, que es la quinta, que está muy mal señalizado... y Silvia asintiendo "ajá", "ya", "sí sí, entiendo" tras cada una de las explicaciones mientras revivía involuntariamente el montón de veces que cruzó aquel patio y tocó ese puto timbre...

"El código postal es el 2, ¿verdad? -preguntó a la vez que afirmaba- ...¿y un número de teléfono me puede dejar por si acaso surge un imprevisto?"
En lo que mi madre recitaba los números del fijo de casa me pregunté si Silvia aún los conservaría anotados en alguna vieja agenda, al fondo de un cajón...

"Dentro de dos días, a partir de las once de la mañana lo recibirán en su casa -sonrió dirigiéndose a ese matrimonio en cuya cama folló tiempo atrás- en caso de imprevisto les avisaríamos... ¡que pasen un buen día!", acabó la frase y metió la ficha en una carpeta dedicándome una última mirada rebosante de desprecio.

Mi respuesta (igualmente muda) fue la de encoger los hombros antes de girarme y enfilar la salida junto a mis padres, una especie de disculpa tardía... o el adiós que años atrás no tuve cojones de pronunciar.


martes, 14 de febrero de 2012

"San Valentín... a mi pesar"

(Para A.C.O. A quien tal día como hoy hace cuatro años llevaron de compras, comió hamburguesas... ¡y también unos Nuggets!)

"SAN VALENTÍN... A MI PESAR"

Hace años solía salir de vez en cuando con Celia. Durante aquel tiempo nos liamos varias veces pero nuestra relación (a pesar de todo) fue básicamente de amistad y camaradería.

Aún recuerdo que ella cumplía años el once de Febrero... y no he olvidado cómo, cierta ocasión por esa misma fecha, decidí regalarle un libro: "Olvidado Rey Gudú".
Sin embargo aquel año concreto ella parecía estar bastante afectada ante la idea de cumplir (la para ella "dramática" cifra de veinticinco) años así que pensé en adornar la cuestión con un poco de humor.

Fui a un bazar chino y pillé unas cuantas baratijas, las envolví individualmente con el mismo papel de regalo que usé para el libro y todo ello fue a parar a una bolsa grande... veinticinco paquetitos en total que le iría obligando a abrir uno por uno siguiendo cierto estricto orden (de menos a más) en cuanto a su importancia y utilidad.

Por desgracia en la fecha del cumple ella estaba enferma y no pudo quedar para recibir el lote. Dos días después me llamó diciendo que ya estaba recuperada, pero esa tarde yo ya había hecho otros planes, así que finalmente quedamos en vernos al día siguiente.

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Unas pocas horas antes de la cita con Celia me encontraba en un bar tomando café con unos compañeros de trabajo cuando empecé a notar varios murmullos y miraditas en las mesas cercanas... todo ello dirigido (con escaso disimulo) a una joven pareja que ocupaba el rincón más apartado del local.

En un momento dado el chico sacó una bolsa que contenía una caja de bombones con forma de corazón, una enorme rosa roja y una aparatosa tarjeta quizás con algún poema manuscrito en su interior... su acompañante se enterneció durante la entrega y acto seguido comenzaron a besarse como dos tortolitos.

"Míralos -comentó una de mis compañeras- pedazo de cursilada... prefiero que me trague la tierra antes de que me hagan pasar por eso... ufff, además así, en un lugar público..."
"Ya te digo -asintió otra, también soltera y extrañamente cabreada- no sabes la pena que me dan... y los bombones son de esos negros que tienen licor, ¡qué asco por Dios!"


En la mesa situada a nuestra izquierda un par de chicos no se quedaban cortos despellejando a los protagonistas de la romántica escena: lo más suave que dijeron de él fue "grandísimo capullo"... y sobre ella que esa noche, después de tantos regalitos y mariconadas varias, lo mínimo que tocaba sería bajarse las bragas hasta los tobillos...

Hasta ese preciso instante no había caído en la cuenta de que estábamos en San Valentín... y yo con una bolsa enorme esperando en casa, con veinticinco detallitos que daría a una chica poco después, en otro bar...

"¿Te pasa algo Rific?", me preguntó una de las compañeras al verme palidecer y asomar un ligero sudor frío por mi despejada frente...
"No, nada -contesté apagando mi cigarrillo en el cenicero- es que yo también tengo bastante manía a esta fecha... ¿Tenéis alguna un chicle? O un caramelo, también me vale..."

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Moví ficha. En busca de la máxima clandestinidad posible mandé un mensaje a Celia emplazándola en el bar más extraño, oscuro y desierto de su barrio... un lugar en el que (presuntamente) a la hora de la cita los únicos presentes serían (como mucho) el camarero y algún jubilado entretenido con la tragaperras.

Pero no, mala suerte... cuando entramos en el local resultó que esa tarde/noche celebraban una competición de dardos y había bastante gente.
Propuse ir a otro sitio pero ella no quiso dar más vueltas con el frío que hacía, "aquí mismo, para tomar una caña da igual", sentenció quitándose el abrigo y sentándose en la mesa más centrada y visible del bar.

Todavía no había sacado nada de mi bolsa y los "dardistas" ya nos miraban intrigados, como sabedores de haber conseguido tickets de primera fila para un espectáculo tan incierto como prometedor...

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A Celia le estaba haciendo bastante gracia eso de abrir minipaquetitos tontos (una piruleta, una baraja de cartas de la Familia Esquimal, una bolsita de Conguitos, unos Sudokus, etc), uno tras otro...

Por desgracia no era la única en estar entretenida con la puesta en escena: ...a los chicos del campeonato de dardos también les estaba amenizando la partida, cuchicheaban descaradamente entre ellos, señalaban sin miramientos cada uno de los obsequios, se descojonaban...

Tras el último regalo Celia me preguntó (se me debía notar demasiado) si había algo que me incomodaba... le conté que detrás de ella estaban alineados al completo un par de equipos de lanzadores de dardos, mirándonos fijamente, malinterpretando lo que estaba sucediendo en nuestra mesa...


Ella se giró y después me miró llevándose la mano a la boca: "¿tú crees que piensan que... tú y yo...?"

"Me temo que incluso han hecho una porra para ver cuánto tardabas en desenvolver un anillo de compromiso... -comenté, señalando a su espalda- el chico engominado del polo a rayas... ¡no mires! Ese, creo que es el encargado de anotar las apuestas en una servilleta de Mahou..."

Celia se rió, "¿Sabes? ¡Que les den morcilla!", dijo en lo que se acercó para plantarme un beso en los morros... a continuación se levantó y fue al servicio.

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Durante su ausencia, uno de los Guillermo Tell del bar lanzó el dardo con tan mala fortuna que chocó en el borde del tablero, rebotó en el extintor de incendios y salió despedido hasta acabar cayendo a mis pies, bajo la mesa.

Me agaché, lo recogí del suelo... juro que pensé en devolvérselo y de paso decirles que "aquello no era lo que parecía", pero entonces vi acercarse a mi mesa al torpe lanzador, riéndose burlón mientras me miraba, girándose hacia los colegas rememorando con un guiño cualquiera de los maliciosos chascarrillos anteriores... "grandísimo capullo", les imaginé diciendo... "las bragas hasta los tobillos, ¡qué menos!", supuse...

Bajo la mesa, partí el dardo en dos... y cuando Robin Hood extendió la mano para que se lo diera me limité a dejar caer los pedazos sobre ella.
"Lo tiras demasiado fuerte -dije- se ve que te lo has cargado..."


martes, 7 de febrero de 2012

"Cómo hacer bien el amor a un hombre"

Si tuviera que escoger una sola palabra del diccionario para describir a Mariana, dicho adjetivo sería: "lánguida".

No hablaba demasiado (abusaba de los monosílabos), se mostraba impasible ante mis frases y proposiciones (encoger los hombros era el gesto estrella de su lenguaje corporal) y cuando (¡milagro!) se soltaba y decía algo, lo hacía sin transmitir apenas interés o alegría.

La noche que salió conmigo se fumó (los conté) cuatro canutos bien cargados, así que al principio pensé que en vez de lánguida, simplemente estaría fumada... pero no, me dio a probar un par de caladas y el efecto que aquella mierda produjo en mí (lejos de aplatanarme) fue tan eufórico como hilarante....
¡Ella era así!
Así que sin la influencia de las drogas imagino que su compañía no se diferenciaría demasiado de la de una maceta o un ejemplar de la Guía Telefónica.


En un desliz me confesó que le volvía loca que acariciasen su pelo por detrás de la cabeza, agarrando desde la nuca... 
...no sé si sería una indirecta, el caso es que (a pesar del denso humo que cegaba mis ojos) no dejé pasar la oportunidad y procedí a darle gusto con la citada maniobra.

Ella puso cara de extasiada y aproveché para besarla. 
Mariana recibió bien mi acercamiento y en los dos siguientes bares tuvo el detalle de dedicar más tiempo a enrollarse conmigo que al trasiego de drogas blandas...

A la salida del último local me invitó a acompañarla a casa.
"Te quedarás a dormir, ¿verdad?", dijo, batiendo su propia marca personal de palabras seguidas aquella noche... "Claro -contesté- siempre que me prometas que mañana mismo ingresarás en la Clínica Betty Ford..."

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Ya en su casa, mientras mi anfitriona sacaba una botella de chupito de melocotón y dos vasos, observé un libro que cogía polvo encima de una mesita del salón... estiré el brazo y leí el título en voz baja: "CÓMO HACER BIEN EL AMOR A UN HOMBRE"... a continuación la sinopsis de la contraportada:
"Se dice que, por instinto, la mujer conoce desde siempre los secretos del arte de amar. En este libro es precisamente una mujer quien pone ese instinto al servicio de una exposición lúcida y coherente de los recursos de su sexo para sacarle el mejor partido a su relación con los representantes del otro.. En efecto, mucho se ha escrito sobre técnicas sexuales aplicadas a la mujer, supuestamente receptora pasiva de ellas. Pero Régine Dumay opina que las mujeres también tienen algo que decir sobre cómo hacer el amor a un hombre.. Sin falsos pudores, con toda la claridad que el tema requiere, una mujer explica por primera vez a otras mujeres lo que siempre han deseado saber sin atreverse a preguntarlo..."


Mariana se echó a mi lado, puso las piernas sobre mi regazo y me pasó un vaso de chupito rebosante de un licor dulzón, transparente y pegajoso...
"Veo que estás estudiando...", digo señalando al libro, sonriendo... ella me da con el pie en el muslo y se lleva las manos a la cara: "qué vergüenza -susurra, arrastrando las palabras- ese libro me lo regalaron mis antiguos compañeros de piso..."

"¿Y eso? -pregunté- ¿Acaso te liaste con alguno de ellos y quedó insatisfecho?"
"Jaja, nooo -otra patada- pero como nunca me subía chicos al piso se tiraron el curso entero vacilándome que no veas... no hacían más que quedarse conmigo y a raíz de una de esas coñas acabaron regalándome el librito... muy majos ellos..."

Abrí el libro por una página cualquiera y leí en voz alta el título del capítulo en cuestión... "¿Esto qué tal se te da?", pregunté...
No me contestó, pero se incorporó y me montó a horcajadas en el sofá... tras arrebatarme el libro de las manos se quitó la camiseta y (aproximadamente) diez minutos después estábamos haciéndolo en la cama de su cuarto.

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Mariana resultó ser tan lánguida vestida como desnuda... sus únicos movimientos en la cama consistieron en cerrar los ojos con fuerza, apretar los dientes, clavarme las uñas en el trasero y poner cara rara mientras se esforzaba en mantener a raya sus propios gemidos...
No hubo manera de sacarla de ahí.

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A la mañana siguiente ni siquiera me quedé a desayunar, ella remoloneaba en la cama mientras yo me vestía en la penumbra de su cuarto.
No es que yo esperara gran cosa de mi noche con Mariana, por su manera de ser nada indicaba que fuese un volcán en la cama pero... tampoco imaginé que acabaría siendo algo parecido a acostarse con un cadáver.

"Es curioso -dijo, girándose hacia mi- yo nunca antes lo había hecho tres veces en una misma noche..."
No sé por qué, pero me lo creí.

Me despedí con un beso.
Antes de salir del piso me detuve un instante en el salón, recogí del suelo el ejemplar de "Cómo hacer bien el amor a un hombre", lo llevé al cuarto de baño y lo puse en el lugar más visible del revistero...