Hace poco, por motivos de trabajo, fui literalmente abordado
por una mujer de carácter apabullante. No me gusta usar la expresión “loba”
pero describirla como “directa” o “lanzada” sería quedarse corto.
Me arrastró a una cafetería junto al trabajo y coqueteó de
manera brutal durante los (casi) treinta minutos que duró nuestro café. En
medio de su flirteo me preguntó la edad, al descubrir que tengo treinta y siete
años se mordió el labio y confesó ser “un poquito mayor” que yo, “cuarenta y
dos tacos” dijo… “espero que no te importe eh”, dejó caer medio guiñando el
ojo.
“Según para qué”, pensé. No me malinterpretéis, ella tenía un cierto atractivo
que por supuesto no me pasaba desapercibido, he estado muchas veces con chicas
mayores que yo, etc… pero toda la situación me estaba resultado de lo más
sorprendente e inespertada, de hecho había ALGO en toda aquella comedia
ligeramente sospechoso.
Prometo que si ella no hubiera sacado el tema de la edad yo
no habría empezado a darle vueltas o escrutarla, pero el caso es que así fue.
Sus siguientes juegos de seducción pasaron a un segundo plano mientras la
siguiente pregunta revoloteaba en mi cabeza: “¿De verdad esta tía tiene 42?”
Ya saliendo del bar me dijo que le gustaba mucho la nueva
canción de Estopa que estaba sonando en el local… le confesé que ese grupo (y
estilo musical en general) no me iba demasiado, pero que soy
bastante fanático musical y habitual de conciertos.
De repente ella hace pucheros lamentando que yo no vaya a querer acompañarla a
ver a Estopa en su próxima gira… a continuación recula diciendo que es broma
(guiña el ojo) y admite que de todos modos a ella los conciertos no le van demasiado,
que ha estado tan solo en tres en su vida, uno de Sergio Dalma, otro de Bisbal,
y… ¡sorpresa!
“Aunque bueno, que ahora que lo pienso yo he visto a Queen eh, ojito… me
llevaron de jovencita a Madrid a verlos, a mi no me es que me fueran mucho pero
vaya espectáculo!!!”
“¿Queen? –exclamé- yo habría matado por poder verlos en
directo con Freddie al frente… sí que hace tiempo de aquello eh, se murió en
1991 si mal no recuerdo…”
“Sí, sí, por ahí fue, yo ya te digo que era una chavalita…”
“Considérate afortunada, a mi me encanta el rock y haber podido presenciar algo
así son palabras mayores”, insistí.
“Yo ya te digo que a mi el rock no me va demasiado, si te confesara que también
por aquel entonces vi a los Pecos en su momento de esplendor igual me matas,
jaja”, dijo, dándome un codazo cómplice guiñando por enésima vez el ojo.
Encendió un cigarrillo antes de despedirnos y tras obligarme a
anotar su teléfono me comentó que alguna noche cuando yo saliera podríamos ir a
cenar, tomar algo, etc.
Se despidió envuelta en una nube de humo y yo regresé a mis ocupaciones
tratando de procesar todo aquello.
- - - - - - - -
Apenas un par de minutos después, subiendo las escaleras del
curro, me paré a pensar en los últimos años de mi idolatrado Freddie Mercury.
Estaba prácticamente seguro de que su última gira con Queen fue la del disco “A
kind of Magic” de 1986, después me conecté a Internet y lo comprobé, ese fue
precisamente el año de aquel concierto madrileño.
¿Es posible que ella asistiera con apenas 10/11 años? No lo creo…
Es más… por aquel entonces Los Pecos ya habían dejado atrás su época gloriosa,
su boom fue a comienzos de la década de los ochenta.
¿Cuántos años tenía en realidad?
Ni la he llamado ni (por suerte) he vuelto a cruzármela por
los alrededores del trabajo.
Ha tenido la “mala suerte” de intentar ligar con
alguien que desde 1992 tiene, presidiendo la pared de su cuarto, un glorioso
poster de Freddie Mercury.
De cualquier modo… Who wants to live forever?
jueves, 22 de octubre de 2015
jueves, 8 de octubre de 2015
CITA (prácticamente) A CIEGAS
Las últimas veces que he ido a la estación de autobuses de
Madrid, mientras esperaba sentado a la hora de “embarcar” con la visión del
VIPS y Burger King enfrente tras los amplios ventanales, no he podido evitar sonreir
al recordar algo que allí mismo me sucedió una vez.
Yo había quedado en una de esas terrazas frente a la estación con una chica, se trataba de una especie de fugaz cita a ciegas con menos malicia de la que el habitual lector de este blog pueda imaginar: tan solo pasaríamos juntos una hora escasa en algún bar antes de que cada uno retomase su respectiva (y geográficamente opuesta) ruta.
Era bastante pronto por la mañana, yo no había dormido demasiado, apenas había visto una foto de la chica y además no llevaba puestas mis gafas… así que cuando crucé el paso de peatones y vi a una morena sola (que se ajustaba al perfil ) sentada en la primera terraza decidí acercarme a ella.
Ella nada más verme sonrió y levantó la mano saludando. Llegué a su altura, se incorporó y nos dimos dos besos.
¡STOP!
¿Cómo? ¿El coche? Algo no acababa de ir bien…
“¿Perdón? –pregunté mientras nuestros gestos mudaban- ¿Qué coche? No sé si aquí hay un malentendido…”
“¿Pero no eres Carlos?, exclamó sorprendida.
“Me temo que no, nos hemos confundido ambos…”, comenzamos a sonreir, ella se tapó la boca sorprendida y yo encogí los hombros. Nos disculpamos inmediatamente sentándose ella de nuevo en espera del tal Carlos… y yo avanzando apenas dos pasos para descubrir a la chica con la que había quedado (ahora sí inconfundible), la cual había observado toda la escena ajena a su verdadero contenido.
Tras “presentarnos”, sentarme con ella y pedir algo, me dijo que qué casualidad que yo fuera a encontrarme con alguien conocido allí en Madrid en el lugar preciso donde habíamos quedado.
“Mi vida, en general, es bastante peculiar y extraña”, contesté dando vueltas al café… y a continuación le confesé lo sucedido.
Por suerte no se molestó por haberla confundido con alguien bastante menos guapa que ella.
P.D: ¿Y si hubiera dicho: “Sí, soy Carlos”? ¿Dónde habríamos ido? ¿Qué habría pasado?
Yo había quedado en una de esas terrazas frente a la estación con una chica, se trataba de una especie de fugaz cita a ciegas con menos malicia de la que el habitual lector de este blog pueda imaginar: tan solo pasaríamos juntos una hora escasa en algún bar antes de que cada uno retomase su respectiva (y geográficamente opuesta) ruta.
Era bastante pronto por la mañana, yo no había dormido demasiado, apenas había visto una foto de la chica y además no llevaba puestas mis gafas… así que cuando crucé el paso de peatones y vi a una morena sola (que se ajustaba al perfil ) sentada en la primera terraza decidí acercarme a ella.
Ella nada más verme sonrió y levantó la mano saludando. Llegué a su altura, se incorporó y nos dimos dos besos.
“¡Hola qué tal! –exclamó con tono juguetón- No te ha costado
encontrar esto por lo que veo, ¿no?”
“Para nada –contesté- he seguido tus instrucciones y la verdad es que no tiene pérdida… oye, ¿qué hacemos? ¿Pido aquí algo… vamos a algún otro sitio?”
Ella agarró su bolso: “Mejor nos vamos a otro sitio… para qué esperar más, ¿no?”, dijo.
“Vale, tú dirás lo que te apetezca más…”
“Tienes el coche aquí cerca, ¿no? Nos vamos y listo…”, añadió.
“Para nada –contesté- he seguido tus instrucciones y la verdad es que no tiene pérdida… oye, ¿qué hacemos? ¿Pido aquí algo… vamos a algún otro sitio?”
Ella agarró su bolso: “Mejor nos vamos a otro sitio… para qué esperar más, ¿no?”, dijo.
“Vale, tú dirás lo que te apetezca más…”
“Tienes el coche aquí cerca, ¿no? Nos vamos y listo…”, añadió.
¡STOP!
¿Cómo? ¿El coche? Algo no acababa de ir bien…
“¿Perdón? –pregunté mientras nuestros gestos mudaban- ¿Qué coche? No sé si aquí hay un malentendido…”
“¿Pero no eres Carlos?, exclamó sorprendida.
“Me temo que no, nos hemos confundido ambos…”, comenzamos a sonreir, ella se tapó la boca sorprendida y yo encogí los hombros. Nos disculpamos inmediatamente sentándose ella de nuevo en espera del tal Carlos… y yo avanzando apenas dos pasos para descubrir a la chica con la que había quedado (ahora sí inconfundible), la cual había observado toda la escena ajena a su verdadero contenido.
Tras “presentarnos”, sentarme con ella y pedir algo, me dijo que qué casualidad que yo fuera a encontrarme con alguien conocido allí en Madrid en el lugar preciso donde habíamos quedado.
“Mi vida, en general, es bastante peculiar y extraña”, contesté dando vueltas al café… y a continuación le confesé lo sucedido.
Por suerte no se molestó por haberla confundido con alguien bastante menos guapa que ella.
P.D: ¿Y si hubiera dicho: “Sí, soy Carlos”? ¿Dónde habríamos ido? ¿Qué habría pasado?
Suscribirse a:
Entradas (Atom)