lunes, 3 de abril de 2017

"El Mejor Sexo"

El otro día en una conversación entre amigos salió el tema de cuál es el mejor tipo de sexo. Toda clase de obscenidades y delirios eróticos salieron a pasear... sin embargo mi respuesta (a raíz de las reacciones de mis contertulios) resultó ser la más pintoresca.

Dejando a un lado ese sexo desmesurado, pleno y exuberante que alguna vez en la vida se tiene la suerte de conseguir con una persona amada, centrándonos en "sexo de andar por casa" con gente de importancia relativa o en situaciones casuales, mi respuesta fue la siguiente: el mejor sexo que hay es el sexo inesperado.

Dentro de ese concepto, a grandes rasgos, en un principio podrían encajar esos días que tras haber follado, al apagar la luz por la noche echas la vista atrás y caes en la cuenta de que al despertarte esa misma mañana ni de coña imaginaste que acabarías teniendo sexo, nada hubiera podido anticiparlo o sugerirlo.
En ese elemento sorpresa, dicho componente de aventura... reside el condimento estrella de la trama.

En resumen se trataría de eso, pero el concepto también es susceptible de ser graduado. De hecho cuanto más radical más excitante.

La otra parte involucrada, por supuesto, será absolutamente desconocida. Y por "inesperado" no me refiero a ese día que quedas con una chica y a pesar de que nada indique que acabaréis intimando... al final sucede; tampoco esos días en los que vas a una fiesta, boda, sarao indeterminado... y ligas.
Tampoco ese típico sábado noche depresivo que sales con tus amigos de tranqui (derrotado de antemano) y si tuvieras que apostar todo tu patrimonio a que ni de coña ligas, seguramente ganarías.
No, en todas esas situaciones te encontrarás en un contexto social en el que aunque seas veneno para las relaciones siempre puede sonar la flauta, ni siquiera tiene que depender de ti... simplemente basta con estar en el momento justo en el lugar adecuado.

La versión radical de este tipo de sexo cien por cien imprevisto sería la de un día de diario en el que no has quedado con nadie, ni siquiera vas arreglado y de repente conoces a alguien en un entorno cotidiano: comprando en el supermercado, tomando algo entre turnos del trabajo, esperando el bus...




A mi me ha sucedido un par de veces y aunque ninguno de dichos revolcones fuera especialmente bueno, compararía el proceso a saltar en marcha a un veloz deportivo de esos que pilota James Bond quemando rueda y serpenteando caminos polvorientos junto a acantilados de la costa azul francesa.
Demasiado brusco para realmente disfrutarlo, demasiado súbito para asimilarlo en el momento.

En el mundo comercial cerrar una venta siempre es difícil, vender a puerta fría creando en el cliente una necesidad de la nada lo es mucho más... pero los del gremio dicen que se disfruta el doble. Quien alguna vez en su vida haya vendido una enciclopedia lo sabe.


viernes, 28 de octubre de 2016

"El Miedo Libertino" (#historiasdemiedo / ZENDA)

Cierta ocasión, durante un concierto, escuché a un veterano rockero dedicar su siguiente canción a las groupies. Trató de desmitificar la cuestión poniendo el acento en el inquietante hecho de “encerrarse entre cuatro paredes con una total desconocida, alguien que bien podría ser emocionalmente inestable, psicológicamente perturbada o sexualmente insaciable”.

El comentario despertó no pocas carcajadas cómplices entre el público, mi reacción sin embargo fue una mueca agridulce, quizás comprendía demasiado bien la naturaleza de aquel discurso: no soy ninguna estrella del pop pero tengo una amplia experiencia quedando y relacionándome con chicas (en mayor o menor medida) a ciegas.

De entrada, tales encuentros o citas siempre tienen un propósito lúdico e informal, pero por desgracia a veces las situaciones se descontrolan y la travesura se convierte en pesadilla.

Después del sexo mucha gente siente una necesidad irrefrenable de “confesarse”, de sincerarse de manera descarnada con el extraño acostado a su lado, sin obviar detalles.
En plena catarsis post-coital muchas chicas (inesperadamente) han roto a llorar y he escuchado relatos que me han helado la sangre. Historias de separaciones con maltrato físico o psicológico, largos años sin ver a unos hijos que se quedaron en el país de procedencia, enfermedades incurables, viudedades prematuras, intentos de suicidio, embarazos no deseados, plantones pocos días antes de la boda, adicciones, irritantes recuerdos de viejos amores imposibles…

Cada vez que se producen semejantes escenas, cuesta una barbaridad recordar que apenas una hora antes esa chica (que ahora se levanta descompuesta de la cama para buscar su cartera y enseñarte fotos de sus niños) estuviera risueña a tu lado, bebiendo despreocupada, bailando, haciendo chistes o gimiendo de placer.
Tras la purga, el anticlímax.





Sin duda eso de encerrarse con una desconocida tiene sus riesgos y no solo emocionales, también físicos.

Una vez estuve con una chica cubierta de exóticos tatuajes que en medio del revolcón me pidió que le pegase un par de bofetadas “bien dadas” y si eso algún puñetazo “sin pasarme para no dejar demasiada marca”. Cuando vio mi gesto estupefacto lo tomó por vacilación y automáticamente se ofreció ella a pegarme “si así lo prefería”.
Salté de aquella cama y hui como alma que lleva el diablo… aunque no tan rápido como otra ocasión en que una chica tras escuchar un par de pitidos en su móvil y comprobar la pantalla aprovechó para confesarme (todo de golpe) que no era soltera y que su marido estaba al caer.
Ya en la calle, el sudor frío aún recorría mi sien cuando me crucé con un tipo corpulento vestido de uniforme (su esposo era guardia de seguridad en un polígono industrial) en la esquina más próxima a escasos metros del portal.

Otras veces no hay tanta suerte y te pillan en pleno acto, como la noche en aquel descampado donde mi recientemente desconocida amante me llevó en su coche y de repente un par de vehículos se aproximaron dando varias vueltas a nuestro alrededor, iluminándonos con los focos y gritando obscenidades… o aquel inquietante sujeto desdentado que con la excusa de pasear al perro acercó su siniestro rostro a la ventanilla empañada para ver de cerca cómo nos lo montábamos.

Hace nueve años en una ciudad extraña para mí, conocí a una chica que me llevó a su piso y mientras caminábamos (más tarde supe que ningún taxi estaría dispuesto a llevarnos por allí) cruzamos barrios que parecían zonas de guerra: contenedores ardiendo, sirenas de policía, gente corriendo y saltando verjas, ruidos de cristales rotos… ¿acaso merecía tanto la pena la recompensa final después de aquel tétrico circuito?
Con los debidos respetos (y la adecuada perspectiva), la respuesta sin duda es NO.

También hay ocasiones en que el bingo no es correcto.
Tres días pasé sin dormir aquel mismo año cuando una chica con la que apenas había estado una vez (y cuyo apellido ignoraba) me dijo que estaba teniendo un retraso sospechoso. Yo estaba seguro de haber tomado las precauciones necesarias pero ella supo contagiarme su desasosiego sembrando dudas a diestro y siniestro, victimizándose además del peor modo pasivo-agresivo.
Pasó lo que tenía que pasar: falsa alarma, alivio máximo, mutis, en sus marcas, listos… ¡ya!.

Años, años y más años sumido en plena paradoja, pues debo confesar que, a lo largo de mi pacífica existencia, la intimidad con desconocidas ha sido mi principal fuente de situaciones truculentas.

A veces me gustaría que fuese un miedo insuperable como aquel que se usaba de eximente en los códigos penales, pero no suele funcionar así. De repente un día tienes un leve problema de salud y en el protocolo de su tratamiento médico se incluyen pruebas que detectan VIH, hepatitis B, sífilis... y ahí no hay atenuante que valga.
El médico pronuncia esas palabras de manera desapasionada y rutinaria, “tranquilo que no va a salir nada de eso”, asegura… y aunque confíes en su palabra no puedes evitar tener alguna mínima duda razonable.

La semana antes de conocer los resultados inevitablemente te cuestionas ese impetuoso estilo de vida. Y el miedo que alguna vez conociste se convierte en pánico.
De ese terror indefenso, mientras el público ríe a carcajadas, imagino que también sabrá (y callará) bastante aquel veterano rockero.



domingo, 31 de enero de 2016

"Propósitos de año nuevo"

La conocí un mes de junio y ese mismo día acabamos en la cama. Volví a ir a su casa cinco veces más antes de que concluyese el año, en todas las ocasiones fueron ratos breves: charla mínima en el sofá (ni una cerveza, ni un vaso de agua) y a la cama.

De salir por ahi juntos a tomar algo, pasear o al cine... ni hablar. Culpa mía, lo admito, su forma de ser (era de esas personas que constantemente buscan conflicto hasta en la charla más inocente) me agotaba... y su compañía ni me interesaba ni aportaba nada más allá del desahogo sexual.

Un viernes de octubre intercambiamos mensajes por la mañana sobre la posibilidad de vernos esa misma noche y ella parecía estar de acuerdo: "avisame cuando salgas de trabajar", dijo.
Nada más salir, antes de pillar el autobus, le mandé un mensaje preguntando si le iba bien que fuera o no... no obtuve respuesta.
No me bajé en la parada próxima a su casa y seguí ruta hacia la mía.

Subiendo en mi ascensor me contestó, preguntando qué hacía. "Entrando en mi casa ya, ¿tú?", respondí.
"Ooooohhh... ¿no vienes entonces?", soltó.
"Te escribí nada más salir del trabajo, no obtuve respuesta así que supuse que estarías ocupada o te iba mal, me he venido a casa"
"Que sepas que no has venido porque no te ha dado la gana", sentenció.


¿Cómo? ¿Estamos ante alguna especie de penoso Juego Mental?
"¿Ah sí? Explícate por favor", intervine.
"Pues eso, que no has venido porque no te ha dado la gana... podrías haberme llamado", añadió.

Efectivamente, se trataba de una retorcida treta, una prueba a la que me vi sometido para calibrar mi interés... se ve que un mensaje sugiere un bajo compromiso con la causa mientras que con una llamada (o dos, si ella rehusase contestar la primera vez) quedaría demostrada la devoción necesaria para ser debidamente recibido en la Cúpula del Placer.

Pensé en decirle que de qué coño iba, que yo no llamé pero al menos moví ficha mientras que ella se limitó a esperar simplemente para... ¿ver hasta dónde yo sería capaz de insistir para meterme en su cama?

Tomé aire, conté hasta diez... y opté por no darle el gusto de justificarme lo más mínimo por "no llamar", aparte de evitar enzarzarme en un diálogo para besugos.
"Ahm. Bueno, voy a cenar!!!", contesté.

Silencio.

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Acerté. Aquella noche se ve que le salió el tiro por la culata y se quedó sin una esperada "discusión".
De hecho un par de viernes después en cuanto puse un pie fuera del trabajo fue ella quien me llamó para ir a su casa.
Fui, volvimos a tener una charla absolutamente anodina en su sofá, no me dio ni agua (a pesar de pedírselo), echamos un polvo en su cama y me largué al poco de terminar.

Insistió en que me quedase a dormir pero le dije que si no me daba ni un triste vaso de agua era mejor que me largase, con la garganta seca mis ronquidos se le harían insoportables.

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Nuestro intercambio de mensajes (que ya era mínimo de por sí) se redujo en las semanas siguientes hasta llegar a ser prácticamente inexistente.

Mes y medio después, con motivo del año nuevo, recibí el siguiente whatsapp:
"Hola.
Después de dar muchas vueltas a si decírtelo o no
Al final he decidido que sí
Me apetece hacer contigo algo más q un polvo cuando a ti te viene bien
Supongo q no debería decirtelo x aquí
Pero dado que es nuestra forma de comunicación pues aquí lo suelto"

Mi respuesta:
"Ok!
Gracias por la sinceridad"


lunes, 14 de diciembre de 2015

"LA ENTRADA"

Voy a un concierto de jazz veraniego al aire libre, cuando entro en el recinto la azafata de la puerta agarra mi entrada y la corta devolviéndome una esquina minúscula en la que no se lee nada acerca del concierto, artista... podría ser la esquina de un ticket del supermercado.

Yo suelo coleccionar las entradas de los conciertos así que me quedo parado, entorpeciendo el avance de la fila, mirando fijamente a los ojos a la azafata con gesto contrariado... "¿Te parece normal cortar así la entrada? Entre darme este pico sin nada escrito y no darme nada... ¿cuál es la diferencia?", pregunto.

Ella sonríe nerviosa y se encoge de hombros... "Deberían poner a hacer este tipo de trabajos a gente que le gusten los conciertos", pienso mientras avanzo sin montar más bulla.

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Entro en el patio donde tiene lugar el show y me siento en una silla centrada a poca distancia del escenario, hace bastante calor pero comienza a correr una agradable brisa. De repente se acercan cuatro chicas a mi asiento, avanzando por la fila... se sientan a mi lado y una de ellas también va comentando la chapuza de la chica de la puerta cortando las entradas: "vaya mierda me ha devuelto, esto no hay quien lo guarde", dice, mostrando un trozo de papel sensiblemente más grande que el mío.
"Pues eso no es nada -interrumpo- mirad lo que me han devuelto a mi"

Cuando ven la birria que (no sé por qué la guardé) saco del bolsillo se parten de risa... "lo tuyo es peor sin duda", dicen a coro.
Alargamos el tema de la entrada un par de minutos, lo enlazamos con alguna otra coña más y de repente me encuentro hablando distendidamente con la que se sienta a mi lado.


Apenas faltan cinco minutos para que empiece el concierto pero da tiempo a que me cuente no solo que es una apasionada de la música como espectadora, sino que además toca la guitarra en un grupo. Dice el nombre de la banda y (aunque jamás los he escuchado) me suena de haberlo leído en las agendas locales de conciertos... cuando me dice que unos días antes estuvo tocando en cierta céntrica plaza el "Día de la Música" caí en la cuenta de que a esa hora yo pasaba por ahí procedente de la "siesta" glosada en una reciente entrada.

El concierto empieza y dejamos de hablar. Cuando termina nos decimos adiós sin más.

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Al día siguiente en casa recuerdo el nombre del grupo de la guitarrista y busco información en google, incluso encuentro algún video en youtube. En la página web de la banda hay un correo de contacto y decido enviar un breve e-mail felicitando por lo ahí colgado e identificándome como “el chico de la entrada mal cortada”.

Me contesta la guitarrista (presentándose como Patricia) de manera afable. El día siguiente intercambiamos un par de correos más, una cosa lleva a la otra y nos damos el messenger… para el sábado (cuatro días después del concierto) decidimos quedar a tomar una caña a primera hora de la noche.

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La cita arranca bien, ella acude sonriente, simpática y responde bien a cuantas coñas surgen. Vamos a dos bares de temática pseudomusical que supongo le gustarán y sí, son un acierto.
Para cuando estamos decidiendo el tercer bar yo ya tengo claro que voy a entrarla, pero de repente ella insiste en ir a una terraza (hace bastante calor) así que mi plan de ataque se ve necesariamente postergado.

En la terraza me muestro más incisivo en la charla, ella no sé si se da cuenta de mis intenciones o si está empanada con la mezcla de cerveza y bochorno… derrama toda su caña sobre la mesa empapando su teléfono móvil, a continuación con destreza casi militar lo desmonta y seca con unos pañuelos de papel. Tras colocar de nuevo las piezas… funciona.

El siguiente bar es bajo techo y nos sentamos en una esquina apartada. Patricia me habla del último chico con el que ha estado, de lo insensible que se había mostrado durante sus encuentros, especialmente en los más íntimos… “pero claro, él también toca en un grupo y yo que soy así de imbécil veo a un músico y me derrito…
Le pregunto si ha tenido alguna vez relaciones con gente de mi profesión, ella se ríe y me dice que de momento no, que es un campo por explorar… susurro que ya va siendo hora y me acerco a besarla. Me lo devuelve. Se alza el telón.

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Tras un rato de magreo en el bar vamos a su coche, lo tiene aparcado delante de los juzgados y nada más entrar tengo que avisar que se trata de zona videovigilada… arranca y vamos a un pinar de las afueras.

Follamos en la parte trasera del coche, me llama la atención que antes de ponernos manos a la obra dedica más de cinco eternos minutos a seleccionar la música de fondo… pasando compulsivamente canciones del pincho que tenía conectado a la radio. Al final la banda sonora es un batiburrillo de música celta new age, todo muy etéreo y ambiental.

Cuando terminamos sucede algo para lo que no estoy preparado. “Espera, antes de regresar a la civilización te voy a poner mi disco, a ver qué te parece…”, dice.


Se incorpora hacia la guantera y saca un CD, lo mete en el aparato y pulsa play.

Así, desnudos, en el asiento trasero de su coche… me tiene los veinticinco minutos que dura el EP, un disco semi-acústico que si bien no me desagrada tampoco me dice nada… me acribilla a preguntas, comenta todas las canciones por encima, justifica aparentes fallos de grabación o que suene cierto instrumento que ella en un principio no quería… eso nos lleva a que vuelva a incorporarse en busca de LA MAQUETA. Otros veinte minutos…

Pero ese es el disco que ha grabado ella sola con ayuda de su prima, después llega el turno del disco que ha hecho con el grupo (del cual tiene a bien ponerme “solo” tres canciones sueltas) y a modo de final apoteósico saca el móvil y me reproduce un par de grabaciones caseras en las que está trabajando.

Hago un esfuerzo sobrehumano por sonreír, hacer comentarios amables, asentir y ocultar los incipientes bostezos involuntarios que me produce la situación.
El revolcón en el coche comenzó casi a las tres de la madrugada, hora y media después dejamos el pinar atrás.

De este concierto privado en plena naturaleza tampoco puedo conservar la entrada. ¡Qué mala racha!



lunes, 9 de noviembre de 2015

CRÓNICAS ADÚLTERAS (1): "Debo reconocer que me siento tentada"

Aquella primavera me apunté a una historia que acabaría desembocando en mi actual ocupación. Cuando se lo comenté a unos amigos, la esposa de uno de ellos insistió en ponerme en contacto con una mujer que ella conocía, relacionada con ese asunto, para que me resolviera cuantas dudas pudieran surgirme.
Acepté su sugerencia pero luego no llamé ni escribí a la mujer en cuestión, en parte me dio pereza y por otro lado aún faltaban meses para el asunto… a falta de ganas y sin urgencia alguna, decidí poner aquel contacto en cuarentena.

Sin embargo se ve que por la otra parte no pasó lo mismo. La mujer de mi amigo dio mi teléfono a su conocida una semana después e inmediatamente comenzó a escribirme por el whatsapp.
Su manera de escribir era muy amena y jovial, pero también mordaz. Para mi sorpresa aquella chica buscaba alguien con quien desahogarse "emocionalmente": la razón de nuestra puesta en contacto pronto pasó a un segundo plano, la primera noche que nos escribimos me contó (prácticamente)  su vida entera.

Martina (así se llamaba) estaba casada y tenía una hija, pero su matrimonio caía en picado, dormían en cuartos separados, hacía una eternidad que no tenían contacto íntimo de ninguna clase, vivían en la misma casa como si de compañeros de piso se tratase, habían visto recientemente a consejeros matrimoniales e incluso un abogado… "De no ser por la niña ya nos habríamos ido cada uno por nuestro lado hace tiempo", sentenció.

Imagino lo que estáis pensando, pero no. Ni ella dejó caer que estuviera buscando consuelo de ninguna clase ni yo aproveché para postularme a amante bandido.

La siguiente semana intercambiamos varios mensajes (sobre todo de noche a partir de las once que su niña ya estaba acostada y cada cónyuge estaba encerrado en su cuarto) y aumentó el buen rollo. Tanto que de repente una noche en medio de unas bromas en las que se extrañó del hecho de que yo no tuviera pareja, reculó diciéndome que yo le caía genial pero que no me equivocase, que sí, que ella me escribía todos los días y tal, que estábamos de risas, pero que ella no buscaba ningún lio con nadie.

Me extrañó ese tipo de "franqueza preventiva", sobre todo porque yo no le había tirado la caña, pero bueno, Martina de ego no andaba precísamente escasa así que corramos un tupido velo…

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Al día siguiente me dijo que andaría cerca de mi lugar de trabajo, que si me apetecía tomar algo cuando saliera. Acepté.
Fuimos a un bar y nos caímos bastante bien en persona; ahí tuve más oportunidad de intervenir porque hasta la fecha el chat telefónico había estado prácticamente monopolizado por ella y su circunstancia. Hablamos de nuestras ocupaciones, (superficialmente) de su problema conyugal y sobre todo de nuestra gran pasión común: la música.
Ella tocaba varios instrumentos y a esas horas venía de clases de canto.


A la salida del bar me acercó casi hasta casa en su coche y en el trayecto me habló del único amante que había tenido en todos estos años de crisis matrimonial. "Al principio moló pero luego fue todo un poco desastre… de hecho en la cama al final no acabé del todo satisfecha, con ese tío hice una serie de cosas que en la vida, uff, si yo te contara… estoy convencida de que en el fondo es gay".

A continuación volvió a recalcar (sin venir a cuento) que ella no quería un amante ni nada parecido, que no buscaba eso en absoluto.
Nos despedimos sin más.
Por la noche volvió a escribirme al teléfono y no ocultó su entusiasmo tras haberme conocido en persona, pero todo muy moderado, con sordina.

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Tres días después me sorprendió escribiendo por la mañana, proponiendo una caña a mediodía. Pasó a buscarme en coche y me llevó a un barrio apartado donde nadie "conocido" pudiera vernos.

Volvimos a hablar de música casi todo el rato y cuando le dije que era abonado a la temporada de la orquesta en el auditorio me dijo que algún día le gustaría acompañarme. Cuando nos despedimos en su coche noté un extraño gesto en su rostro, una sonrisa enigmática.

Por la noche me escribió que había visto el programa del siguiente concierto (Sibelius a la cabeza) y le chiflaba, que había pillado entrada así que nos veríamos en un par de días en la cafetería del auditorio.

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La víspera del concierto Martina acudió a un soleado festejo al aire libre y tenía los hombros abrasados, rojísimos. Tomamos dos cañas en la cafetería antes de entrar en la sala sinfónica.
Durante la primera parte se rascó bastante los hombros (a punto de pelarse) y en un momento dado me acerqué y se los soplé.
En el intermedio hice de improvisado guía mostrándole mis rincones preferidos del lugar. "Me estás llevando por el mal camino, que lo sepas…", exclamó de repente.


En la segunda parte del recital nos miramos un par de veces y ella sonrió, en una de las pausas confesó que "no se puede ir a ver una obra del romanticismo con un chico, que luego pasa lo que pasa…"

A la salida estaba lloviendo. Yo iba a bajar en bus y ella en su coche pero me ofrecí a cobijarla con mi paraguas hasta el aparcamiento, una vez delante del vehículo insistió en acercarme hasta casa.
El trayecto fue un poco tenso, podía casi oírla pensar, darle vueltas a lo que estaba haciendo... Mientras tanto yo me limitaba a permanecer quieto y procurar que no hubiera ningún silencio incómodo.

Cuando aparcó cerca de mi casa se giró y me dio un largo y fuerte abrazo. A continuación me dio las gracias "por todo". Sujeté su cara con mi mano y evitó mi mirada, fuera seguía lloviendo a mares… farfulló algo incomprensible y le di un beso superficial. Ella me lo devolvió acelerada pero al momento reculó.
No insistí, devolví las gracias, abrí la puerta del coche, el paraguas… y me fui.

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Esa noche volvió a escribirme. Repitió de nuevo aquello de que no se pueden escuchar ciertas obras acompañadas de un hombre porque se pone tonta… añadiendo esta vez que si bien en un principio estaba resuelta a no tener nada con nadie, de repente "se sentía tentada".
"¿Y qué piensas hacer al respecto? Resistir la tentación… o sucumbir ante ella?", pregunté.
"Pues yo te juro que no me esperaba nada de esto… uff, tal como están las cosas imagino que sucumbir", contestó.

Me pidió que le dijera alguna canción al piano que me gustase para que ella la cantara y dedicármela, de alguna solista femenina pop que tocara ese instrumento… con ese perfil, así a bocajarro, solo pude pensar en Carole King y (por ejemplo) su “It’s too late
Ella aceptó la elección de la artista, pero optó por otro tema del mismo disco, más incendiario: "I feel the Earth move"

Esa noche me fui a la cama pensando que en breve tendría un lío con Martina, sin embargo la realidad fue otra: jamás volví a verla.

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La semana siguiente insistió en su idea de intimar conmigo, llegó incluso a enviarme un audio en el que ella tocaba y cantaba la citada canción de Carole King al piano con pericia y pasión desatadas… "tan solo la voy ensayando, pronto estará lista del todo y te la cantaré en persona", anunció.

Pero de repente un día (sin previo aviso ni razón aparente) dejó de comunicarse. Tras varios días de silencio me escribió diciendo que estaba pasando una mala época, que ya más adelante daría ella señales de vida.
Pasaron un par de semanas y no lo hizo.

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Su silencio, aunque suene mal decirlo, resultó de lo más oportuno. Estaba hasta arriba de trabajo y el poco tiempo libre que tenía debía dedicarlo a otros menesteres más productivos que pelar la pava con una casada insatisfecha, además… transitar por ese tipo de arenas movedizas nunca fue plato de mi gusto.

No obstante sus últimas palabras hacían referencia a un mal momento en su vida y no me pareció bien quedarme callado sin más: para evitar posibles problemas domésticos descarté la opción telefónica y envié un correo electrónico bastante neutro interesándome por su situación y pidiendo que me pusiera al día cuando lo considerase oportuno.

En su contestación fue todo menos clara, a modo de resumen bien vale la siguiente frase con la que cerraba el e-mail: "Yo estoy en una etapa muy difícil y de muchos cambios y... a veces… ni estoy."

Un mes después en su perfil de whatsapp tenía una foto muy cursi acompañada de una niña y un hombre, todos sonrientes rodeados de flores y corazones, con unas decorativas letras coronando la estampa: "MUCHAS GRACIAS FAMILIA, OS QUIERO SIN MEDIDA".

Todo indicaba que la "armonía" había regresado a ese hogar. Mi intenso contacto con Martina apenas duró aquella primera quincena de Abril, desde entonces no he vuelto a saber de ella.

Jamás sabré si nuestro superficial escarceo fue suficiente para ella a la hora de "darse un paseíto por el lado salvaje" y simplemente salir de la rutina… o si le hizo abrir los ojos para dejarse de tonterías y centrarse en su familia.
Sea como fuere, si aquellas fotos de los perfiles no mentían me alegro por ella. Lo único que lamento es no haber podido oír la canción terminada, ¡aquella primera grabación casera tenía muy buena pinta!



jueves, 22 de octubre de 2015

"La Reina ha muerto"

Hace poco, por motivos de trabajo, fui literalmente abordado por una mujer de carácter apabullante. No me gusta usar la expresión “loba” pero describirla como “directa” o “lanzada” sería quedarse corto.

Me arrastró a una cafetería junto al trabajo y coqueteó de manera brutal durante los (casi) treinta minutos que duró nuestro café. En medio de su flirteo me preguntó la edad, al descubrir que tengo treinta y siete años se mordió el labio y confesó ser “un poquito mayor” que yo, “cuarenta y dos tacos” dijo… “espero que no te importe eh”, dejó caer medio guiñando el ojo.

Según para qué”, pensé. No me malinterpretéis, ella tenía un cierto atractivo que por supuesto no me pasaba desapercibido, he estado muchas veces con chicas mayores que yo, etc… pero toda la situación me estaba resultado de lo más sorprendente e inespertada, de hecho había ALGO en toda aquella comedia ligeramente sospechoso.

Prometo que si ella no hubiera sacado el tema de la edad yo no habría empezado a darle vueltas o escrutarla, pero el caso es que así fue. Sus siguientes juegos de seducción pasaron a un segundo plano mientras la siguiente pregunta revoloteaba en mi cabeza: “¿De verdad esta tía tiene 42?

Ya saliendo del bar me dijo que le gustaba mucho la nueva canción de Estopa que estaba sonando en el local… le confesé que ese grupo (y estilo musical en general) no me iba demasiado, pero que soy bastante fanático musical y habitual de conciertos.

De repente ella hace pucheros lamentando que yo no vaya a querer acompañarla a ver a Estopa en su próxima gira… a continuación recula diciendo que es broma (guiña el ojo) y admite que de todos modos a ella los conciertos no le van demasiado, que ha estado tan solo en tres en su vida, uno de Sergio Dalma, otro de Bisbal, y… ¡sorpresa!
Aunque bueno, que ahora que lo pienso yo he visto a Queen eh, ojito… me llevaron de jovencita a Madrid a verlos, a mi no me es que me fueran mucho pero vaya espectáculo!!!
¿Queen? –exclamé- yo habría matado por poder verlos en directo con Freddie al frente… sí que hace tiempo de aquello eh, se murió en 1991 si mal no recuerdo…
Sí, sí, por ahí fue, yo ya te digo que era una chavalita…


Considérate afortunada, a mi me encanta el rock y haber podido presenciar algo así son palabras mayores”, insistí.
Yo ya te digo que a mi el rock no me va demasiado, si te confesara que también por aquel entonces vi a los Pecos en su momento de esplendor igual me matas, jaja”, dijo, dándome un codazo cómplice guiñando por enésima vez el ojo. Encendió un cigarrillo antes de despedirnos y tras obligarme a anotar su teléfono me comentó que alguna noche cuando yo saliera podríamos ir a cenar, tomar algo, etc.
Se despidió envuelta en una nube de humo y yo regresé a mis ocupaciones tratando de procesar todo aquello.

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Apenas un par de minutos después, subiendo las escaleras del curro, me paré a pensar en los últimos años de mi idolatrado Freddie Mercury. Estaba prácticamente seguro de que su última gira con Queen fue la del disco “A kind of Magic” de 1986, después me conecté a Internet y lo comprobé, ese fue precisamente el año de aquel concierto madrileño.
¿Es posible que ella asistiera con apenas 10/11 años? No lo creo…
Es más… por aquel entonces Los Pecos ya habían dejado atrás su época gloriosa, su boom fue a comienzos de la década de los ochenta.
¿Cuántos años tenía en realidad?

Ni la he llamado ni (por suerte) he vuelto a cruzármela por los alrededores del trabajo.

Ha tenido la “mala suerte” de intentar ligar con alguien que desde 1992 tiene, presidiendo la pared de su cuarto, un glorioso poster de Freddie Mercury.
De cualquier modo… Who wants to live forever?

jueves, 8 de octubre de 2015

CITA (prácticamente) A CIEGAS

Las últimas veces que he ido a la estación de autobuses de Madrid, mientras esperaba sentado a la hora de “embarcar” con la visión del VIPS y Burger King enfrente tras los amplios ventanales, no he podido evitar sonreir al recordar algo que allí mismo me sucedió una vez.

Yo había quedado en una de esas terrazas frente a la estación con una chica, se trataba de una especie de fugaz cita a ciegas con menos malicia de la que el habitual lector de este blog pueda imaginar: tan solo pasaríamos juntos una hora escasa en algún bar antes de que cada uno retomase su respectiva (y geográficamente opuesta) ruta.

Era bastante pronto por la mañana, yo no había dormido demasiado, apenas había visto una foto de la chica y además no llevaba puestas mis gafas… así que cuando crucé el paso de peatones y vi a una morena sola (que se ajustaba al perfil ) sentada en la primera terraza decidí acercarme a ella.
Ella nada más verme sonrió y levantó la mano saludando. Llegué a su altura, se incorporó y nos dimos dos besos.


¡Hola qué tal! –exclamó con tono juguetón- No te ha costado encontrar esto por lo que veo, ¿no?
Para nada –contesté- he seguido tus instrucciones y la verdad es que no tiene pérdida… oye, ¿qué hacemos? ¿Pido aquí algo… vamos a algún otro sitio?
Ella agarró su bolso: “Mejor nos vamos a otro sitio… para qué esperar más, ¿no?”, dijo.
Vale, tú dirás lo que te apetezca más…
Tienes el coche aquí cerca, ¿no? Nos vamos y listo…”, añadió.

¡STOP!
¿Cómo? ¿El coche? Algo no acababa de ir bien…

¿Perdón? –pregunté mientras nuestros gestos mudaban- ¿Qué coche? No sé si aquí hay un malentendido…
¿Pero no eres Carlos?, exclamó sorprendida.
Me temo que no, nos hemos confundido ambos…”, comenzamos a sonreir, ella se tapó la boca sorprendida y yo encogí los hombros. Nos disculpamos inmediatamente sentándose ella de nuevo en espera del tal Carlos… y yo avanzando apenas dos pasos para descubrir a la chica con la que había quedado (ahora sí inconfundible), la cual había observado toda la escena ajena a su verdadero contenido.

Tras “presentarnos”, sentarme con ella y pedir algo, me dijo que qué casualidad que yo fuera a encontrarme con alguien conocido allí en Madrid en el lugar preciso donde habíamos quedado.
Mi vida, en general, es bastante peculiar y extraña”, contesté dando vueltas al café… y a continuación le confesé lo sucedido.

Por suerte no se molestó por haberla confundido con alguien bastante menos guapa que ella.

P.D: ¿Y si hubiera dicho: “Sí, soy Carlos”? ¿Dónde habríamos ido? ¿Qué habría pasado?