jueves, 20 de noviembre de 2014

"COMECOCOS"

Llego antes de tiempo al concierto así que entro en una gran superficie comercial junto al Auditorio para pasar un poco el rato.
Voy hablando por teléfono cuando cruzo la puerta principal y en la primera cafetería veo sentada (con otras cuatro chicas, formando un círculo, algunos carritos de bebé rodeando su mesa) a Helena.

En tercero de carrera Helena se sentaba conmigo en clase y probablemente haya sido una de las tres chicas más guapas que he conocido en mi vida, una belleza deslumbrante...
Era tan guapa que nadie se acercaba a ella, siempre se sentaba sola.
Yo solo iba a aquella clase para recibir una asignatura, no conocía a nadie, así que un día le eché valor y me acerque a hablar con ella para preguntarle algo de la clase anterior... para mi sorpresa Helena se ofreció a dejarme los apuntes y me invitó a sentarme a su lado.



No abandonaría ese lugar "de privilegio" por lo que restó de curso, lo cual fue recibido por los demás alumnos con reacciones de lo más dispar: algunos chicos me adoptaron como nuevo ídolo y buscaron mi amistad para acercarse a ella... otros me odiaban en silencio... y algunas chicas de las consideradas populares de repente empezaron a saludarme por los pasillos o incluso en los bares los fines de semana.
Todo muy siniestro.

Helena tenía novio, un tipo bastante guaperas y cachas, así que no di ningún paso en falso durante el curso, me limité a ser su amigo aunque por las noches en la soledad de mi cuarto fantaseara con poseerla de todas las maneras posibles.

Solo fuimos asiduos la una del otro durante aquel curso, después nos limitábamos a saludarnos en los pasillos o la calle/bares si nos veíamos... o intercambiar (como mucho) tres o cuatro frases de cortesía.

Dos años después, una noche que estaba de cena con mis compañeros de clase, coincidimos en una discoteca con Helena y sus amigas. La saludé y hablé un par de minutos con ella junto a la barra. Cuando regresé donde mi grupo un gañán de clase se interesó por saber cómo es que yo conocía a semejante bellezón, que él llevaba años observándola por los pasillos de la facultad y estaba tremenda... que se la presentase...
Le dije que conocía a Helena de compartir clase un curso entero, que no tenía la suficiente confianza con ella como para molestarla con eso y que además ella tenía novio... vamos, que pasaba de líos (no tenía intención de presentarle a un borrachuzo babeante dando a entender que semejante tipo era mi amigo).

El desgraciado de mi compañero entonces pasó de mi y fue directamente a hablar con Helena... observé la escena desde una prudencial distancia y al principio reconozco que sentí cierto placer al ver como él se acercaba torpemente y ella ponía cara de disgusto con cada una de sus aproximaciones, sin duda él estaba siendo grosero y ella estaba tratando de quitárselo de encima... pero de repente algo cambió en el gesto de Helena.

Mi compañero empezó a susurrarle cosas al oído, señaló con el dedo hacia donde yo estaba... y ella abrió la boca primero con sorpresa y luego con indisimulado asco.
Me miró y se zafó del marcaje de mi compañero... agarró a una de sus amigas de la mano y se largaron del local. Pasó a mi lado sin mirarme ni decirme nada.

"¿Pero qué coño le has dicho?", pregunté al capullo de mi clase.
"Nada, como no quería irse a tomar algo conmigo le he dicho que igual querría irse contigo, que tenías muchas ganas de follártela... quise echarte una mano pero ya ves que no ha salido bien", dijo, apestando a ron.

Desde entonces las tres o cuatro veces que Helena y yo nos hemos cruzado ha actuado como si no me conociese.

Más de una década después paso delante de su mesa y ella levanta la vista... pero por suerte no me ve, sigue siendo tan preciosa como miope.
Acelero el paso dejándola atrás y entro en el supermercado.

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Tengo hambre y me dirijo a la sección de bollería para pillar algo. De repente en el pasillo central casi soy atropellado por un carrito que conduce una niña pequeña, detrás de ella va la que seguramente sea su madre: Marta.

Marta fue compañera de facultad el mismo año que Helena, pero en una clase distinta. Tenía mi edad pero salía con un chico bastante mayor y asalvajado. Ella y yo tonteábamos a menudo, un día me invitó a la fiesta de su cumpleaños y fue una noche memorable.
Su novio nada más vernos a mi y a otro colega nos consideró una especie de amenaza así que la tomó con nosotros (se pensó que éramos unos flojos) y nos desafió a juegos de beber... pero para su desgracia (e infamia) fue él quién acabó vomitando en la esquina de un callejón.

Marta lo pasó fatal, se avergonzó mucho del comportamiento de su novio y aquello le supuso una seria crísis de pareja.
En una de aquellas etapas críticas tuvo lugar una de las fiestas de mi facultad. Eran apenas las doce de la noche pero yo llevaba de fiesta desde pronto por la mañana y mi estado era lamentable... cuando salí del local Marta me preguntó dónde iba, cuando le conté que a casa ella me dijo que también quería irse y propuso compartir un taxi.



Lo que sucedió en aquel taxi me lo tuvieron que explicar a la semana siguiente amigos comunes de la facultad porque yo solo recordaba parte de la historia.
Hasta donde yo estoy seguro ella se echó sobre mí, apoyando la cabeza en mi hombro, melosa...yo la rodeé con mi brazo y empezamos a besarnos. Cuando le agarré una teta por debajo del abrigo me paró los pies y se apartó brúscamente. The End.

Lo que me contaron fue que de repente me comporté como un mandril en celo, que llevé una de sus manos hacia mi entrepierna y que cuando ella se zafó de mi acoso me repantingué en la parte trasera del taxi diciendo incongruencias y cayendo dormido en apenas cinco segundos.

A lo largo de la década siguiente Marta dejó de hablarme... y ahora en el pasillo central del supermercado nuevamente gira la cabeza ante mi presencia.
Tiene cierta guasa (¿justicia poética?) que ahora su hija intente atropellarme con un artefacto de cuatro ruedas.

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Con mis donuts en la mano me dirijo a la fila única para esperar mi turno en caja y confieso que me entra cierta risa floja al levantar la vista. En una de las cajas está trabajando otra compañera de la universidad, de la misma época.
De ésta ni siquiera recuerdo el nombre, lo único que sé es que en su día un compañero de clase estuvo loco por ella y en una fiesta a la que asistimos en una residencia universitaria se enfadó conmigo porque intenté ligármela.
Yo no sabía nada de su enamoramiento, de todos modos la chica en cuestión me dio unas sonoras calabazas.

Siguiendo la ilustre tradición de ex-compañeras de universidad, también dejò de hablarme.



Su caja es la número siete, espero mi turno acercándome cada vez más al final de la cola donde el marcador electrónico anunciará la caja que me corresponde. Algo dentro de mí sabe que me tocará la siete... y así es. ¡Bingo!
Intentando burlar a mi chistoso destino cedo mi turno a la señora que empuja un cargado carrito detrás de mi. Me mira sorprendida y agradece el gesto que lejos de ser galante constituye una fuga en toda regla.

Me siento protagonista de una especie de comecocos, doblando esquinas descontroladamente para esquivar encuentros desagradables, como una rata de laboratorio dando vueltas en un laberinto diseñado por alguna sádica Asociación de Antiguos Alumnos...

Salgo del supermercado y de camino a la puerta principal distingo a lo lejos que Helena sigue allí sentada con sus amigas. Doy media vuelta y salgo por la puerta trasera del centro comercial.
No merezco otra cosa.