jueves, 29 de diciembre de 2011

"Hundir la Flota"

Ella tendría cuatro o cinco (¿siete quizás?) años más que yo y tenía la excitante costumbre de pasearse por la oficina exhibiendo (a conciencia) su palmito, cosa ésta muy apreciada y comentada entre el sector masculino de la empresa...

A menudo se detenía en mi mesa para hablar de cualquier cosa, charlábamos bastante en la sala de fumadores y pasados unos pocos meses (de manera natural) comenzamos a ir de cañas un par de veces por semana a la salida del curro.

Pasaba lo de siempre en esos casos: mucho hablar del trabajo, del jefe, los demás superiores, las injusticias, el resto de compañeros... rematas la jornada desahogándote un poco, tomas unas birras y vuelves a casa más relajado.

Pero un día (de repente, compartiendo una jarra) ella hizo cierto comentario sobre mis ojos que me advirtió la posibilidad de que pudiera estar interesada en algo más que en la agradable charla o la empatía laboral... sin darnos cuenta habíamos pasado a la peligrosa segunda fase: el tonteo.

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A muchas de esas sesiones de cañas post-curro se apuntaban otro par de compañeros con lo que ella y yo estábamos "condenados a comportarnos"...
...delante del resto de personal eramos la mar de discretos pero cuando nos encontrábamos a solas las "indirectas" iban y venían.


Cierto viernes que nos quedamos solos en el último bar tuvimos, medio en serio medio en broma, una conversación calentorra... y a pesar de lo propicio del instante, el pudor ante el hecho de ser compañeros de trabajo se impuso y nadie dio el paso.

Eso sí, cuando al final nos despedimos en la esquina de su calle sufrimos el primer auténtico momento de tensión (indiscutiblemente) sexual.

Nos miramos sin saber lo que hacer, en silencio... así que disfrazando la maniobra aparentando el tono jocoso de una broma dije: "bueno cariño, ya nos veremos otra vez el lunes en la mina... -cerré los ojos y me quedé quieto apretando los labios- ¡un besito!"
Ella soltó una carcajada, me plantó un intenso piquito... y ya, cada mochuelo a su olivo.

Apenas cinco minutos después me envió el siguiente sms: "Oye...ss! Q ya t echo d menos.."

Como dirían Pulp, Something Changed...

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A partir de aquel día, para mi sorpresa, ella se apartó bastante de mi... sólo se venía de cañas si nos acompañaba más gente y aunque no dejó de hablarme en la oficina (ni ponía malas caras al hacerlo) sí pasó a hacerlo sólo cuando no había más remedio y (exclusivamente) por cuestiones de trabajo.

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Por eso me pilló desprevenido cuando un par de meses después (y con el mar en calma), ya llegando a mi casa procedente del curro recibí una llamada telefónica suya en la que me preguntaba dónde estaba, que no me había visto salir, que si me apetecía una caña, etc...

Acudí al bar y apenas tardamos dos rondas en recuperar el tiempo perdido, cada media hora dejábamos atrás las fases previamente conocidas y con la tercera jarra ella empezó a pasarse por los labios un stick aromático.
"Sabe a fresa", dijo, guiñando el ojo... yo me incorporé, agarré su cintura y tras decirle que quería probarlo le di (por fin) un beso total.


Eran tantas las ganas que nos teníamos, el ansia (de meses) acumulada, que empezamos a besarnos de manera tan salvaje que la mujer que regentaba la cafetería nos invitó amablemente a abandonar su establecimiento porque (cito textualmente): "aquí no se hacen esas marranadas".

Así que fuimos a otro bar más oscuro y resguardado.

Sé que suena raro, pero cuando conseguí deslizar mi mano izquierda por debajo de su blusa sorteando el sujetador... y pude tocar sus firmes pezones, me vinieron a la mente los rostros de aquellos compañeros de trabajo que susurraban cada vez que ella cruzaba la oficina o se agachaba para recoger las fotocopias.
Cuando me metió la mano dentro de la bragueta... simplemente dejé de pensar.

Pero de repente el tren descarriló...

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Con similar pericia a la anteriormente demostrada en la zona pectoral, pude apartar con los dedos el tanga dentro de su vaquero y al primer contacto con su sexo levantó la rodilla golpeando la mesita y volcando las cervezas... derramándose todo el contenido de las jarras sobre ella.

Recibió el manguerazo con risas extrañamente nerviosas y despreocupadas, propuse pedir otro par de jarras pero ella rechazó la oferta alegando (se le trababa la lengua al hablar) que ya iba bastante pedo...

"Voy al servicio a ver si me seco un poco...", dijo antes de levantarse y perderse con paso torpe por el pasillo de acceso al WC.

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Tardó casi diez minutos en regresar y la escena de su reaparición resultó tan imprevista como impactante: asomó cojeando, cariacontecida, magullada... como un torero recién volteado en la arena.
Incluso parecía súbitamente envejecida...

Los servicios de ese bar estaban en el piso de abajo al final de unas estrechas escaleras poco iluminadas... mi ebria compañera (aparentemente) resbaló y rodó hasta dar con sus huesos en el último escalón, dejándole el traspiés (a modo de recuerdo) un roto en la blusa y sendos severos moratones en piernas y trasero...


Le dolía bastante así que nos marchamos.

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Su casa (vivía con sus padres y una hermana) estaba tan sólo a un par de minutos de distancia pero al accidentado ritmo que caminábamos tardamos diez en llegar...
...sumemos al cúmulo de despropósitos que al poco de salir del bar estalló una mini-tormenta otoñal que nos amenizó/empapó la travesía hasta el portal.

Allí en el umbral, mientras buscaba sus llaves en el bolso pude observarla con detalle.
De cintura parra arriba chorreando lluvia, de cintura para abajo bañada en cerveza... los alrededores de la boca, cara y barbilla rojos (la imprevista cita me sorprendió sin afeitar) casi en carne viva... la blusa rota y las articulaciones doloridas... borracha...

"Casi la mato", pensé.

No me besó al despedirse... ni me mandó ningún mensaje cinco minutos después.
Por lo menos dejó de llover.


lunes, 19 de diciembre de 2011

-El "Efecto Sakamoto"-

PRESENTACIÓN:

Yo era apenas un niño, sin embargo cierta noche en el "Cineclub" de La2 vi a escondidas una película (no apta) que me impactó bastante: "Feliz Navidad Mr.Lawrence".
Tardé muchos años en volver a verla y, durante ese tiempo, dos cosas del film permanecieron grabadas a fuego en mi memoria: la carismática presencia de David Bowie y la bellísima banda sonora.

Más tarde, ya adolescente, descubrí que el autor de dicha música (además de coprotagonista de la cinta) era Ryuichi Sakamoto... que además era el genio escondido detrás de otras bandas sonoras sublimes (por ejemplo, "El último emperador") y del revolucionario grupo pionero del tecno nipón: The Yellow Magic Orchestra.


No fue fácil, pero acabé consiguiendo algunos de sus discos... y cuando en 1996 versionó "É preciso perdoar" junto a Caetano Veloso me reclutó definitivamente para su deliciosa causa musical.

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INEXPERIENCIAS CON EL SEXO OPUESTO:

-1-

Yo tenía diecisiete años y en medio de un botellón (celebrando la llegada de las vacaciones de semana santa) en un parque junto a mi instituto, me puse a hablar con la chica de clase que por aquel entonces más nos atraía...

Mientras analizábamos (corrosivamente) el injusto trato recibido por cierto profesor de Biología estuvimos compartiendo un vodka-limón, cigarrillos y opiniones entusiastas sobre la película del momento: "Pulp Fiction".
Me dijo que había pillado en la biblioteca pública la banda sonora y que estaba genial, que si quería me la grababa... accedí, por supuesto, y el tema de conversación desembocó hacia derroteros musicales.

Jamás olvidaré la pregunta que me hizo... su cara al hacerla (sacudiendo la ceniza del cigarrillo, con un ojo casi cerrado, medio borracha)... ni la que después puso al oír mi respuesta.


"¿Qué grupos o cantantes sueles escuchar tú?", me dijo...
Y yo, en vez de contestar lo típico del momento (esto es Pearl Jam, Prince, R.E.M, Aerosmith, Guns n'Roses, Suede...) solté lo siguiente, porque iba despreocupadamente ciego y además precisamente en aquella semana era la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad: "pues sobre todo pop y rock anglosajón, pero ahora ando bastante entusiasmado buceando en la discografía del músico japonés Ryuichi Sakamoto..."

Me miró como si le hubiera confesado ser portador de alguna enfermedad venérea, como si de repente mi aliento oliera a podrido, como si yo hubiera apretado el gatillo que asesinó a John Lennon...

Un par de minutos después me dejó tirado y regresó donde sus amigas. La recibieron sin ocultar su curiosidad ante el hecho de que yo hubiera conseguido retenerla tanto tiempo... pero ella, señalándome descaradamente, comenzó a justificarse y (por sus gestos y miradas lo supe) a describirme como una especie de monstruito sin interés más allá de poder gorronearme algún pitillo... sus amigas me clavaron los ojos imitando a la perfección su implacable gesto de desprecio adolescente.

Regresé al seto principal, me eché dos hielos en el vaso vacío y tarareando "Rain (I want a divorce)" me serví otro pelotazo...

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-2-

Yo tenía veintitrés años y conocí en una fiesta a una chica que me dijo que tocaba el piano, que se había pasado "la tira de años" yendo a clases.
Me entusiasmé hablándole de mis discos de solos de piano de Sakamoto, lo parecidos a Debussy que a veces llegaban a sonarme... ¡incluso a Rachmaninov!

Ella torció el gesto y me dijo que esa música no le gustaba nada, que a ella le iba el house y el pachangueo...

Pregunté entonces por la razón que le impulsó a pasar tantos años sentada delante de un piano: "mis padres me obligaron", sentenció antes de fingir una disculpa y dirigirse al otro extremo de la fiesta sin intención de regresar jamás...

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-3-

Hace un par de veranos llevé a una chica a casa y antes de acostarnos pregunté si le apetecía que pusiera alguna música en particular... simplemente me dijo: "algo tranquilito, de piano o así..."
Así que puse mi CD favorito de Sakamoto: BTTB (Back to the Basics).

Después del sexo permanecimos tumbados en silencio sobre la cama mientras la música poco a poco se apoderaba de la situación.

Observé su cuerpo desnudo (estaba tumbada boca abajo) y me incorporé para estudiarlo bien... en el último momento, coincidiendo con el arranque de la pieza "Reversing", sentí el extraño impulso de posar mis dedos en su espalda y comenzar a interpretar el tema tocando cada una de las notas, presionando (ligeramente) con las yemas en su coxis y trasero.


Durante la "actuación" entré en una especie de trance... mientras tanto ella permanecía con los ojos cerrados, murmurando de vez en cuando algún aprobatorio gemido de placer.

Acabó la pieza, alcé las manos, abrí los ojos... y mi amiga susurró: "cambia de disco que con esta mierda me voy a quedar frita".

Jamás volví a invitarla.

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-4-

Hace poco más de un año edité la composición más célebre de Sakamoto y extraje su melodía principal en un archivo MP3 de 53 segundos de duración.
Dicho tono lo asocié a cierto contacto de mi agenda telefónica y desde entonces suena cada vez que esa persona me llama... aunque eso ella, por desgracia, no lo recuerda.

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TOCATA... Y FUGA:

En todas estas cosas (y alguna anécdota más) pensé hace varias semanas cuando me monté en un autobús camino del lugar donde por fin (veinte años después de haberlo conocido/admirado por primera vez) pude asistir a uno de los conciertos de la reciente gira española de Ryuichi Sakamoto.

Para mi sorpresa el público que llenaba la sala de aquel auditorio era mayoritariamente femenino... "quién lo diría" -pensé, entre risas- "y yo que creía que Sakamoto era un veneno para las mujeres..."


martes, 13 de diciembre de 2011

"Mis Lapsus Habituales"

(EJEMPLO ANTECEDENTE)

Hace unos pocos años fui al aeropuerto de Madrid a buscar a alguien, me crucé la ciudad en metro (de punta a punta) hasta llegar a Barajas.
Una vez alcanzado mi destino metí el billete en el torno para acceder a la terminal pero... la máquina no me lo aceptaba.
Fue entonces cuando un viajero me explicó que el billete sencillo no servía y que para poder superar la última barrera había que pagar un ticket suplemento.

Me irrité un poco ya que no tenía ni idea de aquello (no tenía suelto) y nadie me había advertido de dicha circunstancia... gruñí al sacar el nuevo billete y entré en el primer pasillo del aeropuerto exclamando "¡ya lo podrían haber señalizado antes de llegar a la salida!"

Media hora después volvíamos al lugar del crimen... por el camino puse a mi acompañante al tanto de la existencia del malvado suplemento y denuncié con vehemencia la falta de información sobre el mismo a lo largo del trayecto.


Pagamos, entramos en la estación y bajando las primeras escaleras mecánicas vimos que en cada peldaño y en los laterales había cartelitos que anunciaban la necesidad del pago del suplemento.
Y en los andenes, cada pocos metros, lo mismo... también colgados del techo, incluso en las paredes... ¡estaba todo lleno de avisos!.

Mi acompañante se rió todo lo que quiso y finalmente entendió lo despistado que a veces puedo llegar a ser.
"Ya vale tanto cachondeo.. ¡hace media hora todo esto no estaba!" -bromeé, cruzándome de brazos- "seguro que lo han puesto mientras aterrizabas..."

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(DEMOSTRACIÓN PRÁCTICA)

Tiempo después, durante cierta gélida noche de invierno, acabé enrollándome con una estudiante de la universidad en un bar al lado del campus.
A pesar de las temperaturas bajo cero, cruzamos el parque de la facultad y empezamos a meternos mano junto a unos arbustos casi cristalizados... soplaba un viento cortante y sugerí ponernos al abrigo de una de las esquinas a la entrada de la uni.
La mitad de esa esquina estaba iluminada por un foco así que nos colocamos en la parte oscura, que por suerte era la zona más resguardada...

Nos abrimos los abrigos y empezamos a frotarnos: una especie de nube se formó a nuestro alrededor fruto de los calores del momento y la mezcla de alientos humeantes... la situación se caldeó tanto que ni con sendos pantalones bajados parecían molestarnos las inclemencias meteorológicas.

Ella se arrodilló y a los pocos segundos de iniciar cierta deliciosa práctica oral observé (¡mala suerte!) a un paisano aparecer de entre la niebla con unas bolsas grandes en las manos, acercándose con paso lento (pero firme) directo al rincón de nuestra improvisada sauna.

Anuncié la inminente llegada del intruso así que ella se incorporó, nos subimos los pantalones, nos abrochamos el resto de prendas a toda prisa... y regresamos a la zona iluminada cruzándonos con el fulano, quien nos obsequió con una mirada de lo más perturbadora.


Los minutos siguientes los pasamos rodeando el edificio (cualquiera que nos viera podría tranquilamente confundirnos con ladrones) en busca de algún rincón discreto y propicio para continuar con la faena... pero a pesar de lo inmenso del lugar ningún sitio nos ofreció las suficientes garantías.

Acabamos bajando hasta el final del parque y detrás de una caseta de aspecto abandonado seguimos montándonoslo en el punto exacto donde lo habíamos dejado... ...por desgracia el nuevo escondite tampoco nos duraría demasiado.

Diez minutos después asomó a lo lejos un matrimonio de mediana edad, de esos que van en chándal paseando al perro a las horas más extrañas.
Nuevamente tocó vestirse a la carrera y salir por patas antes de que el descarado chucho se acercase a olisquearnos las gónadas...

La segunda interrupción en tan breve espacio de tiempo nos hizo ver que aquel lugar no era tan discreto como en un principio habíamos pensado, aparte de forzarnos a recapacitar sobre la locura que suponía relacionarse al aire libre (de las copas de los árboles pendían estalactitas) con semejante temperatura....
Finalmente cada uno marchó a su casa.

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Unos días después de la escaramuza en el parque, volví a cruzarlo caminando... aunque esta vez lo hice sólo y a plena luz del día.

No pude evitar sentir la necesidad/curiosidad de acercarme a la primera de las esquinas en las que fuimos interrumpidos... una vez allí observé el entorno y comprobé que no estábamos tan camuflados como pensaba, pero lo que más me impactó no fue descubrir la multitud de ángulos desde los que nos podría haber observado cualquier paseante, no... lo que llegó a ruborizarme fue descubrir un enorme cartel encima de esa pared que rezaba: "zona videovigilada".

Proseguí mi camino por el campus y siguiendo los pasos de la famosa noche vi (por lo menos) otros cuatro letreros con idéntico mensaje: cámaras operativas durante las veinticuatro horas del día...


Pero la cosa no quedó ahí: alcancé la caseta donde tuvo lugar el último magreo y cerca de la pared donde estuvimos lucía una vieja señal de "Peligro Alta Tensión".

¿Lo habrían puesto también todo nuevo, en la media hora anterior? Espero que sí...


viernes, 2 de diciembre de 2011

"Tiro al blanco" (...o "Mira al Pajarito")

Sucedió este último verano.
Un par de amigos y yo estábamos cierto sábado de madrugada en la terraza de un bar, tomando un chisme y (en mi caso) bailoteando un viejo hit de Jamiroquai que sonaba procedente de unos altavoces encaramados en lo alto de los árboles del patio.

De repente se me acercó un chico: aproximadamente una cabeza más bajito que yo, fondón, moreno de cejas pobladas y perilla... ojos enrojecidos fruto de la tajada que llevaba encima.
Apenas entendía nada de lo que me decía, en un principio pensé que era el típico borracho que se te arrima y da el coñazo un rato... pero no, sus intenciones resultaron ser otras.

Así, de repente, a saco... me suelta que "qué tal es mi rabo, cuanto me mide y tal..."
Tras decirle que jamás había sentido la curiosidad de agarrar una regla y ponerla al lado de mi pene, me preguntó si me iban los tíos... contesté (encogiéndome de hombros) que muchos de mis mejores amigos eran chicos, etc... pero él siguió a lo suyo: confesó ser algo así como "hetero-morboso", que le gustaba practicar felaciones (omito las palabras que utilizó) y me propuso ir con él al WC para comérnosla, masturbarnos, morrearnos... lo que quisiera.


Que conste que yo no me escandalizo ante situaciones como esa ni me ofende que un tío me pueda proponer relaciones sexuales... lo que me repateó fue lo agresivo que llegó a mostrarse el fulano, sus pupilas inyectadas en sangre, la babilla que brotaba de sus comisuras, su cara sudada, la boca abierta respirando fatigosamente... era un tipo de lo más desagradable y aunque se hubiera acercado simplemente para preguntarme la hora me habría incomodado hablar con él.

Le dije que no me interesaba su proposición y él reaccionó mal, insistiendo de mala manera, agarrándome del brazo.
Finalmente acabé mandándolo a freír espárragos, viviendo un momento de cierta tensión tras verme obligado a empujarlo para que me dejase en paz...

Afortunadamente la sangre no llegó al río, mis amigos hicieron bromas al respecto durante el resto de la noche (uno se ofreció a subir a casa para coger un metro del costurero de su madre) y a mí se me quitaron las ganas de volver a ese bar (al menos) mientras durase el verano y siguiera abierta la terraza.

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Hace dos meses me apunté a un gimnasio.
Nunca he sido demasiado deportista pero admito ser un gran amante del consumo de calorías... así que para quemarlas me he buscado un sitio cutre/baratillo donde poder mover un poco el trasero y desempolvar el chandal noventero que (para mi sorpresa) aún conservaba en el rincón más olvidado e inaccesible de mi armario ropero.


El caso es que hace tres semanas yo me encontraba pedaleando en la bici estática cuando de repente entró en la sala (toallita en mano) el citado fulano de la terraza veraniega.
Le supuse sobrio, pero conservaba la misma mirada inquietante y depredadora, la boca abierta... me reconoció y agachó la cabeza.

A lo largo de la siguiente hora ambos nos las ingeniamos para entrenar en rincones separados del gimnasio.

Más tarde me crucé con él en la puerta del vestuario (yo salía y él entraba) y le miré intentando dejar claro (sin necesidad de tener que decirlo) que me acordaba muy bien de él y que en lo sucesivo más le valdría portarse bien para tener la fiesta en paz... no sé si se dio por enterado pero nuevamente agachó la cabeza.

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Tres días después yo salía de la ducha del gimnasio, envuelto en mi toalla, dispuesto a vestirme antes de pirarme... en el vestuario junto a las taquillas había tres personas más, uno de ellos (poniéndose las prendas deportivas) era mi "amigo" de la perilla.

Yo no soy nada vergonzoso y en esas situaciones acostumbro a despelotarme alegremente, pero tras comprobar como el fulano tardaba una fingida eternidad en anudarse una zapatilla, pendiente (con penoso disimulo) de si me quitaba de una puñetera vez la toalla... me quedé quieto con los brazos en jarras y hasta que no le vi salir por la puerta no comencé a vestirme.
Mal rollo.

Los días siguientes que he coincidido con él en el gimnasio he esperado a que se vaya para bajar a ducharme.

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Hoy he debido despistarme hablando con ese jubilado tan majo que suele pedalear en la bici de mi derecha... (nuestras tertulias comenzaron un día que le dije que así alineados, al trote sobre los sillines, parecíamos el Séptimo de Caballería cabalgando hacia Fort Apache)... el caso es que no lo vi venir...

Bajo al vestuario, me desnudo, agarro champú y toalla, entro en el pasillo de las duchas despreocupado, sin cubrirme... ¡y zas!
De frente, saliendo de la última cabina, aparece el chavalote hetero-morboso.


No me da tiempo a taparme... y aunque me meto a la carrera en la primera ducha que tengo a mano no consigo evitar que, cuatro meses después, ese siniestro personaje se salga con la suya y acabe viéndome la polla.

¿Dónde está el maldito Coronel Custer cuando más se le necesita?