martes, 13 de mayo de 2014

"EXHIBICIONISMO" - (El primer tango en París)

Hace muchos muchos años tuve la suerte de hacer un viaje a París con el instituto.
Fuimos solo unos pocos los alumnos seleccionados para la ocasión, yo tenía 15 años y aquel fue mi primer gran viaje sin la familia.
Por aquel entonces yo era un crío de comportamiento modélico, bastante inofensivo... aunque poco a poco el diablo comenzaba a susurrarme ciertas ideas raras al oido.
Fueron cinco días bastante salvajes, uno de ellos fue mi decimosexto cumpleaños y la fiesta que improvisé casi acaba conmigo de patitas en la calle expulsado de la residencia donde nos alojábamos... por suerte me libré, pero esa es otra historia.

La residencia estaba bastante bien, teníamos unas habitaciones individuales enanas, sin nada (apenas mesa, silla y catre)... pero entonces me parecieron Suites Presidenciales del Hilton.
Levantarme por la mañana, abrir la ventana del cuarto, observar desde el octavo piso el tráfico de la avenida Maurice Ravel, fumar Gitanes sin filtro... INMORTALIDAD.


Mis amigos estaban dos pisos más abajo, solíamos reunirnos en la habitación de Alberto para arrancar el cachondeo habitual... pero la tercera noche parisina no necesité bajar a la sexta planta para encontrarr una aventura.

Las habitaciones no tenían aseo... las duchas y retretes estaban en el pasillo. Entrabas y ahí estaban los lavabos con los espejos, cuatro o cinco puertas con sus inodoros detrás... y un hueco que conducía a una zona fuera de la vista: las duchas.
No eran individuales ni existía separación alguna entre ellas, me recordó a lo que hasta la fecha solo había visto en ciertas películas, tipo cuartel, prisión o gimnasio americano.

Los dos días anteriores que me duché no coincidí con nadie allí (la residencia por esas fechas estaba prácticamente vacía) así que tampoco me paré a pensar en ello... pero el caso es que no había ningún cartel que señalase si el uso de aquella zona era masculino o femenino.
Semejante dato, aparentemente trivial, cobraría cierta importancia en aquella mítica tercera tarde/noche.

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Antes de bajar a la tradicional partida de mus en la habitación de Alberto agarré mi toalla, mi neceser y enfilé el pasillo hacia el aseo.

Antes de entrar oí ruido de agua, abrí la puerta y casi me choqué con una chica en albornoz que se disponía a salir... también era una española de nuestro viaje pero de otro instituto, no nos conocíamos.
"Perdón -dije, mostrándome todo lo educado que la situación requería- ya veo que está ocupado, regreso más tarde"
Pero ella me miró con cara pícara y dijo: "no pasa nada, ahí dentro solo está mi amiga... entra si quieres"

La miré con expresión de "deja de cachondearte de mi"... pero ella ni pestañeó, agarró su neceser y desapareció por la puerta diciendo "qué pasa, ¿te da vergüenza?"

Vergüenza... no la tenía en absoluto... aquella cabrona tenía un par de años más que yo y se cachondeaba del pobre niñato al que se le empañaban las gafas con los vapores del baño...
El caso es que no acababa de parecerme bien eso de irrumpir en medio de una ducha ajena, tampoco estaba al corriente de la legislación francesa en dicha materia...

Permanecí ahí parado durante un largo minuto con el ruido del agua de fondo, sacando valor para desnudarme y entrar... o sensatez para recoger el petate y esperar fuera.
Vi mi cara de buenazo reflejada en el espejo, mi camiseta blanca, tan pulcra... Decidí que ya iba siendo hora de portarse un poco mal, de saltar al vacío y ver qué pasaba.

Recuerdo la excitación del momento, los calcetines grises que me quité y doblé sobre uno de los estantes donde a continuación dejaría el vaquero, la camiseta y los gayumbos... el ruido cada vez más intenso del agua al dar los primeros pasos hacia ese umbral, cruzarlo... y la visión de aquella chica desnuda que casi se cae muerta al suelo al verme entrar como un Adán adolescente en el Jardin d'Eden...


Por suerte no gritó demasiado, se tapó primero con las manos y después con la toalla, exclamó varias veces que qué hacía ahí, que si estaba mal de la cabeza, que esas duchas eran de chicas, que me diera la vuelta, que no mirara... yo no me inmuté, avancé con aparente calma (por dentro estaba hecho un flan) hacia la esquina opuesta a la suya, coloqué la toalla en un hueco y abrí el agua de una ducha. "No te pongas así -dije- no es para tanto... aquí las duchas son para todos los públicos" (quise decir unisex pero me salió aquella chorrada de los públicos)

La chica se escabulló veloz por el hueco de entrada, nada más desaparecer de mi vista dejó de montar jaleo... silencio tenso... un minuto después oí la puerta de fuera cerrarse... silencio total.

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Los tropiezos que posteriormente tuve con la chica de las duchas (durante el resto del viaje y años más tarde por la calle o en bares) se resolvieron con ella agachando la cabeza o mascullando algún insulto ininteligible.

En la fiesta que hicimos el último día parisimo, la amiga que a la entrada del baño me invitó "a entrar si me atrevía" se me acercó para soltar un flemático "ole tus cojones chaval".

La partida de mus que eché con mis amigos aquella tercera noche francesa, mientras les contaba el episodio de las duchas, se vio interrumpida por tantas carcajadas que quedó inconclusa.
Los siguientes días Alberto se empeñó en subir las dos plantas que nos separaban para ducharse conmigo... por si acaso repetíamos encontronazo y esa vez tuviera "final feliz".