Hace muchos muchos años tuve la suerte de hacer un viaje a París con el instituto.
Fuimos solo unos pocos los alumnos seleccionados para la ocasión, yo tenía 15 años y aquel fue mi primer gran viaje sin la familia.
Por aquel entonces yo era un crío de comportamiento modélico, bastante inofensivo... aunque poco a poco el diablo comenzaba a susurrarme ciertas ideas raras al oido.
Fueron cinco días bastante salvajes, uno de ellos fue mi
decimosexto cumpleaños y la fiesta que improvisé casi acaba conmigo de
patitas en la calle expulsado de la residencia donde nos alojábamos...
por suerte me libré, pero esa es otra historia.Fuimos solo unos pocos los alumnos seleccionados para la ocasión, yo tenía 15 años y aquel fue mi primer gran viaje sin la familia.
Por aquel entonces yo era un crío de comportamiento modélico, bastante inofensivo... aunque poco a poco el diablo comenzaba a susurrarme ciertas ideas raras al oido.
La residencia estaba bastante bien, teníamos unas habitaciones individuales enanas, sin nada (apenas mesa, silla y catre)... pero entonces me parecieron Suites Presidenciales del Hilton.
Las habitaciones no tenían aseo... las duchas y retretes estaban en el pasillo. Entrabas y ahí estaban los lavabos con los espejos, cuatro o cinco puertas con sus inodoros detrás... y un hueco que conducía a una zona fuera de la vista: las duchas.
Los dos días anteriores que me duché no coincidí con nadie allí (la residencia por esas fechas estaba prácticamente vacía) así que tampoco me paré a pensar en ello... pero el caso es que no había ningún cartel que señalase si el uso de aquella zona era masculino o femenino.
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Antes de bajar a la tradicional partida de mus en la habitación de Alberto agarré mi toalla, mi neceser y enfilé el pasillo hacia el aseo.
Antes de entrar oí ruido de agua, abrí la puerta y casi me choqué con una chica en albornoz que se disponía a salir... también era una española de nuestro viaje pero de otro instituto, no nos conocíamos.
La miré con expresión de "deja de cachondearte de mi"... pero ella ni pestañeó, agarró su neceser y desapareció por la puerta diciendo "qué pasa, ¿te da vergüenza?"
Vergüenza... no la tenía en absoluto... aquella cabrona tenía un par de años más que yo y se cachondeaba del pobre niñato al que se le empañaban las gafas con los vapores del baño...
El caso es que no acababa de parecerme bien eso de irrumpir en medio de una ducha ajena, tampoco estaba al corriente de la legislación francesa en dicha materia...
Por suerte no gritó demasiado, se tapó primero con las manos y después con la toalla, exclamó varias veces que qué hacía ahí, que si estaba mal de la cabeza, que esas duchas eran de chicas, que me diera la vuelta, que no mirara... yo no me inmuté, avancé con aparente calma (por dentro estaba hecho un flan) hacia la esquina opuesta a la suya, coloqué la toalla en un hueco y abrí el agua de una ducha. "No te pongas así -dije- no es para tanto... aquí las duchas son para todos los públicos" (quise decir unisex pero me salió aquella chorrada de los públicos)
La chica se escabulló veloz por el hueco de entrada, nada más desaparecer de mi vista dejó de montar jaleo... silencio tenso... un minuto después oí la puerta de fuera cerrarse... silencio total.
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Los tropiezos que posteriormente tuve con la chica de las duchas (durante el resto del viaje y años más tarde por la calle o en bares) se resolvieron con ella agachando la cabeza o mascullando algún insulto ininteligible.
En la fiesta que hicimos el último día parisimo, la amiga que a la entrada del baño me invitó "a entrar si me atrevía" se me acercó para soltar un flemático "ole tus cojones chaval".
La partida de mus que eché con mis amigos aquella tercera noche francesa, mientras les contaba el episodio de las duchas, se vio interrumpida por tantas carcajadas que quedó inconclusa.