¿Qué solución de emergencia adopté? Pues la más sencilla de todas: darle la vuelta.
Y así se mantuvo operativo durante seis meses... hasta el día en que otro envidioso muelle decidió romper hacia la superficie encontrándose nuevamente (a modo de fin de trayecto) con mi espina dorsal.
Según los expertos en la materia, se recomienda cambiar de colchón (aproximadamente) cada diez años... y el mío llevaba soportándome (sin apenas tregua) durante veinte.
En dos palabras: ya tocaba.
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En la víspera de recibir el nuevo colchón, durante mi última noche de "incomodidad" (no fue tanta, logré adoptar una buena postura esquivando la punta del iceberg), en vez de contar ovejitas concilié el sueño recapitulando (de memoria) experiencias acaecidas sobre tan añeja superficie.

Teniendo en cuenta que la primera vez que dormí sobre él era un crío (y virgen), pues mis primeros recuerdos tienen más que ver con los libros que leía (hasta caer rendido) o los programas de radio que escuchaba (a escondidas) después de apagar la luz de la mesita de noche.
Una vez perdida la inocencia, los recuerdos se envilecen y mezclan sin orden ni concierto:
Masturbarme fantaseando con un sexo idealizado e inalcanzable...
Los sucios efectos secundarios de las primeras (y últimas) borracheras...
Noches en vela por culpa del insomnio galopante que padecí durante varios años...
La primera chica que metí en mi cuarto con perversas intenciones, que tras echar un vistazo a su alrededor se sentó en la cama y al poco rato salió por patas...
Saborear de madrugada entre las sábanas mis últimas adquisiciones musicales en el walkman/discman/Mp4...
Las benditas noches "en calma" previas a la existencia de los teléfonos móviles...
Desvelos pensando en chicas que no me hacían ni puñetero caso...
Las gripes, faringitis y demás fiebres...
La primera chica con la que sí llegué a acostarme en mi propia cama, y lo que me costó convencerla...
Masturbarme recreando mentalmente lo mucho o poco que conseguía sacar del sexo opuesto...
Imaginar un futuro que nunca se materializa...
Lágrimas desconsoladas tras perder (física o sentimentalmente) a algunos seres queridos...
Conversaciones de diversa índole (cariñosas, dramáticas, etílicas, eróticas) desde el móvil, tapado hasta las cejas...
Preguntarme dónde se habrá metido mi particular Carmen Sandiego...

Los celos que un par de veces, de chaval, me impedían pegar ojo...
Un par de escalofriantes episodios de parálisis del sueño...
Todas las chicas (especialmente un par de ellas) con las que hubiera querido compartirlo pero jamás pude hacerlo...
Los mensajes de madrugada, sus respuestas...
Los gemidos, sonrisas, lágrimas y carcajadas de algunas chicas que se tumbaron a mi lado...
Todos los cigarrillos, las bebidas, los condones, la mantita a cuadros que una vez me regalaron, cada uno de los pijamas y todo el sexo practicado...
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Al día siguiente trajeron el nuevo (uno mucho más alto y recio), llamé al servicio del ayuntamiento para que vinieran a recoger el viejo y lo bajé hasta el descansillo del portal.
Antes de abandonarlo pasé mis manos sobre él, dedicándole un último gesto cariñoso.
"Eres la esponja que noche tras noche ha absorbido mi buena y mala energía durante más de la mitad de mi vida... -susurré a su "oído"- No sé si te repararán y acabará usándote alguien que lo necesite... espero que en ese caso dejes dormir tranquilo al pobre destinatario y no te dé por hablar... me guardarás todos los secretos, ¿verdad?"