El otro día en una conversación entre amigos salió el tema de cuál es el mejor tipo de sexo.
Toda clase de obscenidades y delirios eróticos salieron a pasear... sin embargo mi respuesta (a raíz de las reacciones de mis contertulios) resultó ser la más pintoresca.
Dejando a un lado ese sexo desmesurado, pleno y exuberante que alguna vez en la vida se tiene la suerte de conseguir con una persona amada, centrándonos en "sexo de andar por casa" con gente de importancia relativa o en situaciones casuales, mi respuesta fue la siguiente: el mejor sexo que hay es el sexo inesperado.
Dentro de ese concepto, a grandes rasgos, en un principio podrían encajar esos días que tras haber follado, al apagar la luz por la noche echas la vista atrás y caes en la cuenta de que al despertarte esa misma mañana ni de coña imaginaste que acabarías teniendo sexo, nada hubiera podido anticiparlo o sugerirlo.
En ese elemento sorpresa, dicho componente de aventura... reside el condimento estrella de la trama.
En resumen se trataría de eso, pero el concepto también es susceptible de ser graduado. De hecho cuanto más radical más excitante.
La otra parte involucrada, por supuesto, será absolutamente desconocida. Y por "inesperado" no me refiero a ese día que quedas con una chica y a pesar de que nada indique que acabaréis intimando... al final sucede; tampoco esos días en los que vas a una fiesta, boda, sarao indeterminado... y ligas.
Tampoco ese típico sábado noche depresivo que sales con tus amigos de tranqui (derrotado de antemano) y si tuvieras que apostar todo tu patrimonio a que ni de coña ligas, seguramente ganarías.
No, en todas esas situaciones te encontrarás en un contexto social en el que aunque seas veneno para las relaciones siempre puede sonar la flauta, ni siquiera tiene que depender de ti... simplemente basta con estar en el momento justo en el lugar adecuado.
La versión radical de este tipo de sexo cien por cien imprevisto sería la de un día de diario en el que no has quedado con nadie, ni siquiera vas arreglado y de repente conoces a alguien en un entorno cotidiano: comprando en el supermercado, tomando algo entre turnos del trabajo, esperando el bus...
A mi me ha sucedido un par de veces y aunque ninguno de dichos revolcones fuera especialmente bueno, compararía el proceso a saltar en marcha a un veloz deportivo de esos que pilota James Bond quemando rueda y serpenteando caminos polvorientos junto a acantilados de la costa azul francesa.
Demasiado brusco para realmente disfrutarlo, demasiado súbito para asimilarlo en el momento.
En el mundo comercial cerrar una venta siempre es difícil, vender a puerta fría creando en el cliente una necesidad de la nada lo es mucho más... pero los del gremio dicen que se disfruta el doble.
Quien alguna vez en su vida haya vendido una enciclopedia lo sabe.