(Viene de la entrada anterior, pinche AQUÍ para verla)
Los teléfonos móviles facilitaron mucho el contacto con el
sexo contrario, ya no había que cruzar los dedos para que al llamar a la casa
de fulanita no lo cogiera el padre de turno, ya no había que hablar delante de
todo dios en el salón… ese tipo de corte o vergüenza quedaba atrás.
La primera llamada telefónica “guarra” que recuerdo fue a través del teléfono
móvil así que me pilló igualmente mayorcito.
Estaba hablando por el Messenger con una chica de fuera de mi ciudad con la que
me había liado en unas fiestas de pueblo, de repente me dijo que tenía que
salirse de internet porque iba a utilizar su madre el ordenador, me dijo que en
cinco minutos me llamaría al móvil...
Lo hizo. El eco de su voz era muy particular (rebotaba) y de fondo se oía un
fuerte chorro de agua… me dijo que estaba en el cuarto de baño, que estaba
llenando la bañera.
Empezó a decirme que le encantaría que estuviera allí con ella, fue
describiéndome todos los siguientes pasos, cómo se iba desnudando, metiendo un
pie en el agua, después otro, reclinándose en la bañera…
A continuación me retransmitió cómo se iba haciendo una gloriosa paja.
He
olvidado todas las guarradas que me dijo, pero sí recuerdo el particular ruido
del chapoteo de su mano contra el agua, también la inquietud que experimenté al
pensar que en aquel húmedo escenario, con el móvil en la mano, en caso de
despiste, mi amiga corría riesgo de perecer electrocutada…
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Si tardé en tener teléfono móvil, más aún tardé en tener uno
que tuviera cámara de fotos y admitiera mensajería multimedia.
Tampoco he olvidado la primera foto guarra que recibí al móvil: yo estaba
trabajando sentado en mi mesa cuando de repente me vibró el aparato en el
bolsillo, saqué el móvil y descubrí que una amiga gallega con la que andaba “en
negociaciones” me había adjuntado en el mensaje una foto de su coño, bien
abierto… foto supuestamente tomada minutos antes desde su oficina, el móvil
debajo de la mesa captando la imagen de su entrepierna sin bragas, bajo una
escueta minifalda…
Tuve que ir inmediatamente al WC para encerrarme un instante en busca de algo
de privacidad y poder disfrutar a gusto de la foto… no, no me masturbé, de
todas las cosas malas, absurdas o estúpidas que hice en esa empresa aquella no
fue una de ellas.
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La primera conversación guarra que tuve por el Messenger comenzó de la manera
más inocente. Iba a ir un fin de semana con un grupo de amigos a un festival de
rock y el tema del alojamiento lo estábamos mirando una chica de fuera y yo.
Era la amiga de un amigo de Madrid.
A ella solo la había visto una vez precisamente en la capi, en otro concierto,
sin que pasase absolutamente nada entre nosotros… el caso es que con la coña
del festival y los trámites empezamos a charlar bastante por el Messenger, las
conversaciones cada vez eran más largas y personales.
Una noche que hablábamos de la distribución de los cuartos para nuestro grupo
festivalero deslizó (medio en serio medio en broma) que ya que nos estábamos
encargando nosotros del asunto deberíamos quedarnos con la mejor habitación…
“Molaría compartirla los dos solos”, recogí el guante y automáticamente se abrió
la Caja de Pandora.
Fantasear con cómo sería la habitación fue solo el principio, después vendría
la cama, la ducha… y el cibersexo.
Diez días después una amiga suya tuvo una bronca de espanto con mi colega
madrileño y el grupo festivalero se disolvió. Por suerte aún no habíamos
reservado nada, el caso es que con el ambiente tan enrarecido en el grupo
nuestras charlas se calmaron hasta finalmente desaparecer… creo que ella me
eliminó del Messenger a petición de su amiga madrileña, la cual no quería saber
nada de mi amigo e impuso el veto al resto de colegas.
Ella y yo fuimos igualmente al Festival pero por lados distintos. Una noche
después de un concierto la vi tirada en una esquina metiéndose una raya
mientras su amiga meaba al lado.
Me alegré una barbaridad de no haber compartido habitación con “eso”.
martes, 24 de septiembre de 2013
jueves, 12 de septiembre de 2013
SEXO A DISTANCIA (1ª parte: Fase Epistolar)
El boom tecnológico de las comunicaciones me pilló ya
mayorcito, pasé toda mi adolescencia sin móvil ni conexión a Internet así que
hasta los veintipocos fui un habitual usuario del servicio tradicional de
correos: papel, sobres, sellos y esas cosas.
El 98% de las cartas que he enviado y recibido en mi vida han sido entre amigos contándonos paridas, cómo íbamos pasando el curso, etc… el 2% restante lo dediqué a meter fichas con chicas o mantener el contacto con algún rollete, pero siempre en plan inocente.
Hubo un par de cartas de amor sincero pero eso ahora no viene al caso…
Lo más “tórrido” que viví en el formato epistolar clásico fue una carta que recibí de Elsa, una chica de Oviedo que conocí un verano.
Elsa y yo ni siquiera nos habíamos liado en persona el par de días que coincidimos en la playa, pero nos caímos muy bien e intercambiamos direcciones postales… luego en otoño las cartas se sucederían al principio con frecuencia mensual, más tarde casi semanal.
El coqueteo pasó a ser brutal, recuerdo que incluso llegué a pasarme por las estaciones para pedir información sobre trenes y buses hacia Oviedo para ir a visitarla en plan suicida.
La gota que colmó el vaso de mi calentamiento fue aquella carta en la que me describió con todo lujo de detalles un sueño que había tenido conmigo. Ambos estábamos solos en la playa del verano, juntos en el agua, poco a poco nos íbamos arrimando y nuestros bañadores se deslizaban…
Aquella escena pasó a ser una fantasía recurrente a la hora de masturbarme durante aquellos atolondrados días. Mi contestación no se quedó corta, retomé su relato en el punto que lo dejó para proseguir la historia, llevando la trama hasta la cala solitaria donde cierta noche estuvimos de barbacoa, bajo una impresionante luna roja, ocultos tras las rocas…
Si mal no recuerdo hubo un par de intercambios incendiarios más, cada sobre contenía un nuevo capítulo de nuestra particular novela erótica por entregas, la historia avanzaba creciendo en matices a cada cual más sugerente… finalmente comentamos la posibilidad de quedar un fin de semana en una ciudad a mitad de camino, si todo iba bien lo haríamos después de los exámenes de enero/febrero.
Por desgracia en carnavales
conoció a un chico y nuestra correspondencia, tal y como la habíamos conocido,
finalizó.
Hubo un par de cartas de cortesía más, en ellas no hubo ni una sola palabra sobre nuestras fantasías ni viejos proyectos. Después… el olvido.
Hubo un par de cartas de cortesía más, en ellas no hubo ni una sola palabra sobre nuestras fantasías ni viejos proyectos. Después… el olvido.
(Continuará…)
-Pinche AQUÍ para leer el desenlace-
jueves, 5 de septiembre de 2013
"LA NIÑA DE PAPÁ" (Sardinas envenenadas)
Escenario: Un camping en plena Costa Daurada.
Personajes: Mis amigos y yo (todos entre los 19 y 21 años de edad) y una familia francesa que acampa a nuestro lado.
Las incomodidades del camping eran absolutamente secundarias, todas las noches salíamos, bebíamos grandes cantidades de alcohol, nos reíamos con cualquier bobada, no nos comíamos ni un colín...
Durante el día solíamos repartirnos: unos a la playa, otros a la piscina, otros a la sala de TV para ver la etapa del Tour de Francia... creo que ahí fue donde conocimos al vecino francés, vibrando a viva voz durante la retransmisión de una cronoescalada en Pirineos.
Yo chapurreaba algo de francés así que nos pusimos a hablar. Él estaba allí pasando unos días con su mujer y su hija en una tienda de campaña que parecía una mansión. Mentiría si dijera que recuerdo su nombre (o de qué ciudad era) pero jamás olvidaré que se trataba de un tipo afable, simpático y generoso.
Sobre todo esto último, quizás demasiado.
Una tarde que mi grupo estaba reunido antes de salir pensando en qué hacíamos para cenar (cocinar algo tardando mil horas con el puto camping-gas o los clásicos bocatas) nuestro cordial vecino y su mujer aparecieron por sorpresa cargando con una enorme sartén (tamaño paellera) repleta de sardinas.
El siguiente par de días, antes de salir a comprar les preguntábamos si querían algo o si podíamos echarles una mano en lo que fuera... lo típico. La mañana del viernes, contra todo pronóstico, nos tomaron la palabra haciendo una curiosa petición.
El francés nos preguntó si íbamos a salir a dar una vuelta por el pueblo y tras contestarle que sí, que era vendredi soir y que comme d'habitude haríamos la fête... nos pidió que si por favor podríamos llevar a su hija con nosotros para que saliera algo.
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¿En qué estaría pensando ese hombre? ¿Qué clase de tipo deja a su hija "para salir" en manos de un grupo de nueve desconocidos que acumulaban colillas y latas vacías de cerveza a la puerta de sus tiendas?
Cuando expliqué a mis amigos que esa noche seríamos diez y quién nos iba a acompañar... se desató un cachondeo tremendo.
Algunos protestaron por tener que hacer de "niñera"... otros me preguntaban cómo se decía tal o cual guarrada en francés, por si las moscas...
"¿Pero dónde coño la llevamos? Todas las noches empezamos con botellón en la playa, no podemos emborracharla en la primera media hora así por las buenas..."
"Yo pienso estar a mi bola, no me jodas, paso de que esa cría me corte el rollo..."
"A mi me gusta más la madre, ya podría ser ella la que se esté aburriendo y quiera marcha..."
"Eh,
eh, si hay que tirársela guardemos respetuosos turnos... yo me pido
primer que para eso fregué a conciencia la puta sartén de las sardinas antes
de devolvérsela..."
En medio de aquellas lindezas que
salían por nuestras bocas uno de mis amigos empezó a gesticular con los
brazos, como si esquiara, sacudiendo la pelvis, follándose el aire...
"estas francesitas seguro que saben latín, no me jodas... ¡fijo que es
una cachonda!"
Al parecer, en ese preciso instante
nuestro vecino francés pasó cerca de las tiendas y descubrió el pastel,
presenció nuestro lado oscuro.
Un rato después vino a decirme (con cara de pocos amigos) que su hija no saldría con nosotros ni esa ni ninguna otra noche.
Sin duda fue lo mejor para todos, la pena es que tampoco hubo más sardinas.
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